Por Carlos Flores
Mi voto por el NO no fue una respuesta a la campaña ultra derechista del Centro Democrático, tampoco a las palabras incendiarias del ex procurador, y ni mucho menos a los sermones cargados de homofobia de los pastores cristianos. Tampoco fue motivado por la actitud triunfalista del Gobierno, como si ya supieran que el Nobel estaba asegurado. Mi voto por el NO fue respuesta a la carencia de humildad en las filas de las FARC. Ante todo debo aclarar que he perdonado de todo corazón a los miembros de esa guerrilla. No tengo sentimientos de odio ni rencor hacia ninguno de ellos. Quisiera que hoy mismo se incorporaran a la vida civil y que regresaran al seno de sus familias, las cuales, estoy seguro, también han sufrido vejámenes por años de parte del Estado. Acepto que hagan política y que –de arrancada – reciban curules en el parlamento; acepto que no tengan que ir a la cárcel; y acepto que se les subsidie económicamente su reingreso a la sociedad. Lo único que le pido a las FARC es que, sin necesidad de humillarse como muchos quisieran; tengan los siguientes gestos humildes de voluntad de paz:
* Liberar a los menores en sus filas. Parece fácil, pero para las FARC no lo es. Hacerlo sería aceptar que involucraron menores en la guerra a la fuerza, lo cual es un delito de lesa humanidad que la Corte Penal Internacional (CPIJ) no perdona. Sin embargo, le corresponde a las FARC asumir esta responsabilidad y no dilatar más su liberación. Si les da la gana entréguenselos a la Cruz Roja Internacional sin la presencia de cámaras ni micrófonos para evitar que la CPIJ se entere, pero ¡déjenlos libres ya!
* Pedir perdón con el corazón. No puedo entender qué quería Iván Márquez cuando llegó a Bojayá a pedirle perdón a las familias de las víctimas de aquél nefasto cilindro bomba. Leyó un cursi discurso poético que –estoy seguro- casi la totalidad de los asistentes no entendían. Eso es insultar la dignidad de las personas. El perdón no se pide leyendo un guión inentendible, el perdón se pide desde el corazón, mirando a los ojos, mostrando verdadero arrepentimiento y hablando el mismo lenguaje de quien debe perdonarnos. En este enlace pueden ver el video al que me refiero.
* Contar la verdad sobre los secuestrados. Doña Amalia de Márquez, después de 17 años sigue esperando el regreso de su “Kike-Kike del alma”, como cariñosamente le dice a su hijo Enrique todas las madrugadas de domingo en Las Voces del Secuestro. Kike fue secuestrado por Romaña en 1999 y, hace algunos días, el guerrillero le dijo a un medio de comunicación: “ya ni me acuerdo de eso”. ¿Hasta cuándo tendrá que esperar doña Amalia para que las FARC le cuenten que pasó con su Kike-Kike? Como ella hay muchas madres y familias en Colombia. Si no exigimos ahora la verdad sobre los secuestrados, nunca la sabremos. Los colombianos estamos en la obligación de no dejar solas a estas familias que por años han vivido en la incertidumbre y la tristeza. La firma de un acuerdo de paz debe estar supeditada a esta verdad.
Si las FARC hubieran entendido y aceptado que estos mínimos gestos de paz son los que necesitan los colombianos para creer en su voluntad de reconciliación, el resultado del plebiscito del 2 de octubre hubiera sido diferente. La confianza y credibilidad se construye con hechos, mostrando humildad y arrepentimiento de corazón, contando la verdad con el corazón desnudo y –lo más importante- dejando a un lado la arrogancia.
Seguramente hay más aspectos en los que nos gustaría que las FARC tuvieran la valentía y el temple para decirnos la verdad. Por ejemplo, que sí son narcotraficantes pero que no entregarán ni un peso de ese negocio; o que no son solo 5.700 combatientes sino que hay miles de milicianos –de todos los estratos- que no delatarán. Aunque se niegan a aceptar estos hechos, lo cual es un mal síntoma para la construcción de confianza, estoy dispuesto a tragarme estos otros “sapos” para que logremos un acuerdo final.
A los colombianos que ahora insultan a los que votamos NO dizque “por comerle cuento a Uribe”, les digo que no podemos ser tan ingenuos de pensar que solo la derecha se apoya en mentiras, manipulaciones, cinismo y guerra sucia para ganar elecciones y plebiscitos. Todos lo hacen. Pero así, ¡TODOS!. Las élites del país solo están interesadas en algo que, para ellas, es mucho más importante que la paz: el poder. No dejemos que nos lleven a una polarización peligrosa. Aquí no hay buenos ni malos. Todos somos colombianos que queremos un país mejor y en paz. Solo que tenemos unos líderes políticos que no nos merecemos, y a los cuales –al menos yo- ¡no les creo ni cinco!
Así que sólo cuando Uribe, Santos y las FARC se sienten a conversar y se levanten contando la verdad y pidiendo perdón con humildad por lo que a cada parte le corresponde, ese día todos votaremos SI hasta con los ojos cerrados. ¡Ojalá que el Comité Nobel de Noruega condicione así la entrega del premio a Santos!
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