Por Carlos Flores
Es tiempo de Navidad. Tiempo de estar en familia, tiempo de compartir con nuestros seres queridos y amigos. Sin embargo, las noticias que nos llegan de todos los rincones del mundo nos dejan un sabor amargo en estos días. Un ejemplo de ello son las imágenes y relatos de lo que ocurre en Aleppo, que nos arrugan el corazón. Por eso, hoy quiero compartir con ustedes algo que ocurrió recientemente aquí en Holanda y que -al menos a mi- me llena de esperanza por un mundo mejor.
La historia es la siguiente:
La familia Yasins tuvo que huir hace dos años de Aleppo. El padre Tawfik (42), la madre Wafaa (40) y sus cinco hijos lograron llegar hasta Holanda donde fueron alojados en un centro de refugiados. Estos centros están repletos de sirios, afganos, iraqueses, entre otras nacionalidades, que esperan a que el gobierno les conceda el estatus oficial de refugiados. El procedimiento para conceder dicho estatus puede tardar meses o años. Una vez con el estatus en mano, comienza la búsqueda de una casa en algún lugar del país donde los refugiados puedan iniciar su verdadera integración en la sociedad. Encontrar una casa disponible no es fácil, y muchos se ven obligados a permanecer muchos años más en dichos centros. Es así como en este momento hay 12.000 refugiados con el estatus que aún esperan una casa.
Ante esta situación, habitantes de un pequeño pueblo al norte del pais llamado Easterlittens se reunieron y evaluaron cómo podrían ayudar. Se trata de un pequeño pueblo de 400 habitantes en la mitad de las planicies rurales de la provincia Frysland. Solo tiene una iglesia en la plaza central, no hay tiendas y allí solo hay escuela de primaria. La escuela de bachillerato está en el pueblo vecino, a 15 minutos en bicicleta.
La solución que propusieron los habitantes de Easterlittens fue comprar entre todos la única casa del pueblo que estaba desocupada y recibir allí a una familia de refugiados. Constituyeron la fundación Hûs fran de Wrald (casa del mundo) para manejar transparentemente todo lo concerniente a su “proyecto”. 40 personas del pueblo son voluntarios activos de dicha fundación. Luego de todos los procedimientos de rigor, el pueblo recibió en una tarde lluviosa y fría de noviembre pasado a la familia Yasins. Habían comprado pizza y preparado una sopa casera para todos.
Es anecdótico también su arribo al pueblo. Deberían llegar en el bus de la línea 35 pero el comité de recepción se sorprendió cuando el bus llegó y la familia no bajó. El chofer les dejó saber que los Yasins se habían bajado en el pueblo anterior. El comité de recepción organizó transporte y salieron de prisa en busqueda de la familia extraviada. Todo tuvo un final feliz.
Como los Yasins no hablan inglés y mucho menos holandés, la comunicación entre los pueblerinos y los Yasins es hasta ahora con “manos y pies”. En enero empezarán a asistir a clases de holandés. Los 40 voluntarios de la fundación están dispuestos cada día para ayudar a los Yasins en tareas como el diligenciamiento de formularios, llevarlos a hacer compras al mercado del pueblo vecino, o recoger una receta en el puesto de salud cercano.
Amigos, todavía hay mucha gente buena. ¡No perdamos la esperanza!
Carlos Flores, diciembre 21 2016
@carlosfloresurb
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