Es posible que después de este comentario las puertas que todavía se abrían para mí en la Universidad Autónoma del Caribe se cierren. No importa. ¿Y saben por qué? Simplemente porque en homenaje a mis profesores, pondré de manifiesto uno de los más preciosos activos que tienen los periodistas: la congruencia. En consideración a ellos, muchos de los cuales se han comunicado conmigo y contado su viacrucis, utilizo este espacio que el señor director de esta casa me cede de cuando en cuando para preguntarme qué pasa en la universidad donde estuve los mejores días de mi vida.
Esa universidad que nos tocó en unos años complejos y decisivos en el concierto nacional. Esa que vivía, inicialmente, la tranquilidad que antecede una tormenta. Una tempestad que cuando llegó puso a peligrar nuestra continuidad académica. La misma que nos movilizó, generó debates y celebró en su día la llegada de un nuevo capitán a un barco que se presumía hundido por las aguas turbulentas de una administración anterior poco transparente y llena de nepotismo y corruptelas.
Por ello cuando asumió Ramsés Vargas la rectoría de la institución pensé que cambiarían las cosas nefastas. Y cuatro años después no sé si cambió mucho: buena parte de la infraestructura cedida al comercio (incluyendo las cafeterías), los viejos salones del bloque D siguen siendo los mismos galpones calurosos que conocí salvo que ahora tienen una mano de pintura gris y turquesa; un quinto piso del Bloque E ahora cerrado y lleno de cachivaches para que nadie pase; una fachada mucho más derruida sobre la calle 88...
Seguramente cuando caminé hace poco y con nostalgia por estos espacios me fijé en aspectos superficiales y no tuve en cuenta el resto. Al fin y al cabo el actual rector en entrevistas radiales ha desmentido la crisis y, según tengo entendido, el Ministerio de Educación dice que nada malo pasa allí. Pero no. No creo que sea así.
Y no es que dude de los dichos y los anuncios que todos los días invaden mis redes. Pero cuando muchos empiezan a mostrar malestar y te comentan (y evidencias en persona) que están pasando las de San Quintín y que nadie se atreve a decir algo en público so pena de ser despedido, lo mejor es hacer un paro en el camino y no ceñirse a las explicaciones oficiales.
Más cuando esas personas, que en buena medida fueron mis maestros y son mis amigos, no tienen razones para mentir. No tienen que inventar, por ejemplo, que sus sueldos llegan atrasados, que la seguridad social no se paga a tiempo, que los créditos descontados por la Uniautónoma no se giran a donde corresponde y que luego los bancos les hacen cobros coactivos y dañan su historia financiera. Que les toca pedir cátedra en otros lugares o rebuscarse en otros escenarios para sostener lo básico de sus hogares.
Me niego a creer, escuchando y viendo en primera persona los problemas de algunos trabajadores, que son cosas de un grupo de inadaptados que extrañan otros días oscuros (pero con la quincena puntual). Más bien es el grito desesperado de gente que no soporta la rimbombante llegada de premios Nobel y directores de grandes medios con honorarios y viáticos jugosos mientras que los bolsillos de la base están vacíos y las deudas no dan tregua. Son los que -con la consabida reprensión y posterior expulsión- representan a una mayoría silenciosa que por temor a las represalias anteriormente expuestas, prefieren (como dicen los peruanos) “pasar piola”.
Por lo que ha significado la Universidad Autónoma para mí como estudiante y hoy egresado, por lo que representa para el conjunto de la sociedad barranquillera y del Caribe, es que hoy me pregunto y de paso pido una respuesta real que no se vaya en subterfugios: ¿cuál es el real estado de la Uniautónoma?
Esa pregunta, con franqueza, y no con videos para contestar exabruptos radiales que sirven como elemento distractor de otros auténticos dramas, es incuantificable. Así como es incuantificable el valor del conocimiento. Y el de la verdad.
Posdata: cuando llegué como estudiante a la Universidad Autónoma del Caribe, hace más de siete años, se hablaba de acreditación institucional y la necesidad de trabajar para lograrla. Otras instituciones, como la Universidad Simón Bolivar, con menos tiempo en el proceso ya la lograron. ¿Y eso en qué quedó?
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