Ahora que ya pasó bastante tiempo desde que sucedieron las elecciones presidenciales, y que dieron como ganador a la cofradía iracunda mal llamada Centro Democrático, cabe hacerse una serie de preguntas sobre los resultados en el departamento del Magdalena. Pero antes de formular las preguntas y de aventurar las respuestas es necesario describir un poco cual es la realidad que intento comprender: En la primera vuelta presidencial el candidato German Vargas Lleras ganó en 6 municipios en el Magdalena y Gustavo Petro ganó en 8 incluyendo a Santa Marta. En los 16 municipios restantes el ganador absoluto fue el actual presidente Iván Duque, logrando así el 38% del total de los votos del departamento. Hasta acá no hay nada raro. En segunda vuelta el asunto fue el siguiente: gana Duque con una ventaja no muy holgada teniendo en cuenta el número de votos (51% de la votación frente a 46% de Petro), pero conquista 23 de los 30 municipios. Aunque hay un empate en Ciénaga, Petro se queda con Santa Marta, Zona Bananera, El Retén, Pivijay, Algarrobo y Pinto.
Y acá empieza lo raro. La victoria de Petro en Santa Marta no sorprende por la alianza del candidato de la Colombia Humana con el ex alcalde Carlos Caicedo; sorprende más bien que no haya ganado con holgura, como todo el mundo esperaba. Lo que sí es una verdadera sorpresa fue el triunfo arrasador de Petro en Municipios como Zona Bananera, El Retén, Pivijay y, sobre todo, Algarrobo. En cada uno de estos municipios Petro ganó con más de 20% de la votación. Con una cultura política parroquial, con elites económico-políticas muy poderosas, con instituciones estatales supremamente débiles, donde se desarrollan actividades económicas como la agroindustria de grandes plantaciones de banano y palma de aceite y, sobre todo, donde impera la ganadería extensiva (condiciones todas que permitieron el advenimiento y consolidación del paramilitarismo) ¿Cómo fue que pudo arrasar un proyecto político como el propuesto por Gustavo Petro?
Lo primero que habría que decir es que en las elecciones presidenciales se movilizan otro tipo de intereses. La gente es un poco más libre y, en consecuencia, es menos susceptible de ser presa de redes clientelares como sí lo son en las elecciones regionales y legislativas. Precisamente, revisando los resultados de las elecciones legislativas de este año vemos que en todo el departamento los partidos con mayor votación fueron Cambio Radical y La U. En este caso, las redes clientelares operan con gran efectividad y la gente tiene mayor acceso al político que le votaron para la respectiva retribución. Lo segundo, y es el punto central de mi argumento, es que hay un proceso paulatino de transformación de las prácticas políticas que se hacen evidente en estos municipios. Aunque cada caso es diferente y dar una respuesta implicaría un trabajo de campo que no he hecho, creo que el triunfo claro de Petro obedece menos a las bondades de este candidato y sus propuestas y más a las realidades locales de los territorios en mención.
Pueblos bastante uribistas hasta hace poco, sus elites cohonestaron con el proyecto paramilitar (no olvidar que el Magdalena fue el departamento con más políticos condenados por parapolítica) pero aun así Duque perdió. Y perdió porque las transformaciones sociopolíticas de cada pueblo son trascendentales. En el caso de Zona Bananera y El Retén se explica porque sus trayectorias de luchas sociales están cargadas de historia, de resistencia y de permanencia en el juego político local; por tanto, hubo una articulación electoral entre el trabajo permanente de los líderes de cada zona y la propuesta de Petro, pues era este el candidato que recogía sus demandas y representaba sus intereses. Sobre Pivijay, lugar donde incluso se firmaron pactos entre la clase política del departamento y los paramilitares, el triunfo de Petro tiene su raíz en la presencia de la Universidad del Magdalena y en la conexión de los jóvenes con Santa Marta. Para el caso de Algarrobo, tal vez el más indescifrable puesto que Petro le sacó 33% de ventaja a Duque, no hay un factor específico.
Pero, aunque cada municipio tenga su particularidad, la victoria de Petro en todos los pueblos en los que ganó tiene que ver con que, por un lado, el discurso del uribismo ya no tiene el mismo poder y, por el otro, las redes clientelares no cuentan con la misma efectividad de antes: hay un desgaste simbólico de las maquinarias que impiden su funcionamiento como engranajes entre Estado y sociedad y cada vez más incursionan una serie de lógicas que se materializan en el utilitarismo propio del beneficio electoral. La desconfianza con los políticos, la incredulidad de sus promesas y el descubrimiento colectivo de que cada sujeto político es autónomo invitan a romper las estructuras que históricamente han dominado la actividad electoral.
Estamos siendo testigos de una transición compleja y particular de las relaciones clientelares, pues la gente le vota al político que dió el trabajo, pero ya no le cree, ya no está agradecido, tal vez en la próxima elección vota por otro, ya es un cliente libre, capitalista, que busca la mejor oferta. Y esta lógica de relacionamiento mercantil, si bien no rompe del todo la dependencia del ciudadano con el político local, sí sepulta las emociones de esta relación y, por el contrario, las activa en las elecciones presidenciales. En otras palabras, se establece con el político local una relación pragmática, de mercado y en donde lo simbólico muere y se establece una relación emocional, de esperanza y nada pragmática con el político nacional. Y esto fue lo que catapultó Petro.
Un amigo de Pivijay, que tiene una abuela bastante particular, me contó que el día de las elecciones legislativas lo llamó a decirle: “mijo, ahí acabo de vender el voto por cincuenta mil pesos, me vinieron a buscar a la casa, me llevaron al puesto de votación, me dieron la plata y yo no voté por el hijueputa por el que tenía que votar, voté el blanco”.
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