De acuerdo al Diccionario de la Real Academia de la Lengua, “pretexto” es un “motivo o causa simulada o aparente que se alega para hacer algo o para excusarse por no haberlo ejecutado”. Busqué la definición correcta para señalar que en nuestra vida cotidiana vivimos siempre bajo la sombra de los pretextos.
Si nuestro equipo favorito pierde un campeonato, es por culpa del árbitro; si mi candidato predilecto pierde las elecciones, hubo trampa; si me rajé en un examen o perdí una materia en el colegio o universidad, el profesor me la tiene montada. Y así, a cada derrota o revés, le anteponemos un pretexto, como si no fuéramos los amos de nuestros destinos, los capitanes de nuestras almas, de acuerdo a William Ernest Henley en su poema Invictus.
¿Por qué hemos llegado a tanto? ¿Por qué no aceptamos nuestras responsabilidades en los fracasos? Esta semana, por la final del fútbol colombiano, leí en redes sociales y en prensa – que uno cree seria – que el equipo de Barranquilla del Junior, perdió la octava estrella por culpa del árbitro. Incluso, sacaron una estadística sobre las finales ganadas por Atlético Nacional en las que, por coincidencia, el árbitro era el mismo. Claro, olvidando que las finales son partidos a ida y vuelta y nunca es el mismo juez el que pita ambos encuentros. Pero eso no importa, porque lo que se trata de destacar es que nuestro equipo no perdió por los descuidos en defensa que permitieron un gol al último suspiro. Que no hicimos más que un gol durante los más de 90 minutos que dura los encuentros. No. Debemos encontrar una razón mucho más allá que nuestras propias incapacidades. La culpa siempre es del otro.
Y si nos vamos a Europa la cosa no cambia. Ahora que adoptamos a equipos españoles, ingleses, italianos o alemanes, las derrotas sufridas por ellos siempre son resultado de un complot orquestado por alguien. “Es que el gol marcado se dio en fuera de lugar” Claro, lo expresamos después de verla en repetición 8 veces, en cámara lenta. Así cualquiera. Pregunto, si el arquero se equivoca, el defensa falla, los volantes cometen errores, los delanteros ni se diga, lo técnicos viven de equivocación en equivocación, los directivos la viven embarrando – por no decir otra cosa – hasta los hinchas nos equivocamos, ¿por qué los árbitros no pueden errar? ¿Es que acaso, no son humanos y por ende, susceptibles de fallar? ¿Por qué siempre el árbitro “nos robó” y no simplemente se equivocó? ¿Buena fe para todos menos para los de negro? Lo que nos hace decir la pasión por un equipo de fútbol es de Records Guinnes.
En política la cosa no cambia. Si perdemos – especialmente por pocos votos – siempre es como resultado de una trampa. No soy tan ingenuo como para pensar que en política no se presentan fraudes, pero nos hemos acostumbrado a utilizar dichos prejuicios para justificar nuestras derrotas. Deslegitimar a la autoridad electoral, incluso desde antes que se den las elecciones, es una estrategia para encontrar una razón válida para el número de votos que obtuvo nuestro candidato. Y si lo repetimos más de 50 veces se convierte en verdad. Así no tengamos pruebas de nada. Sólo dígalo tantas veces como sea necesario hasta que cale en el subconsciente colectivo. Y vuélvalo a repetir. Listo, hemos perdido las elecciones por fraude. No importa si las propuestas eran irrealizables o no fueron compartidas por el electorado. La derrota descansa siempre en el fraude.
Todos esos pretextos constituyen la enseñanza que les estamos dando a nuestros hijos. El muchachito que comienza ahora a ser hincha del equipo al que “siempre le roban”. Ese jovencito que tiene algún interés en política ya sabe cómo afrontar las derrotas. Y claro, comienzan en el colegio diciendo que el profesor se las tiene montada, porque perdieron la materia. Y los padres le creen. Bueno, es lo que le han enseñado. Las derrotas son siempre por culpa de otros. No miran las causas de su fracaso: si no le gusta el estudio, si se desconcentra fácilmente o si está pendiente de las redes sociales las 24 horas del día. En fin, jamás reconocerán que los fracasos generalmente son por culpa de cada quien.
Ojalá podamos cambiar de chip. A revisarnos por dentro y reconocer que de nosotros depende el éxito. De la disciplina que le imprimamos a nuestras actividades cotidianas dependerá el resultado satisfactorio. No creo que sea tan difícil. Es solo dejar tanta pasión y agregarle un poquito de razón. Seguro que seremos una mejor sociedad. ¡No más pretextos!
Fabián Guerrero Rivero
TW: @fgrconsultor
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