A las cuatro de la mañana Antonio cerró los ojos y deseó haberle hecho caso a su mujer cuando le preguntó si iba a usar el baño antes de acostarse. Dio media vuelta e intentó seguir durmiendo, pero el peso de su abultado abdomen sobre la vejiga lo obligó a levantarse de un brinco y salir corriendo. No alcanzó a llegar a la puerta del baño, en cuestión de segundos la mitad inferior de su cuerpo estaba empapada de orín. La edad, el sobrepeso, la próstata y las dos canastas de cerveza que se había tomado con su mujer para celebrar su cumpleaños, le jugaron una mala pasada.
“Que vaina!!- Pensó – me tocó bañarme”. Se desvistió con asco, sacudiendo las piernas para que la pijama se deslizara hasta el piso sin tocarla. Entró a la ducha, abrió la llave y esperó un segundo, dos, cinco, diez. “No puede ser, no hay agua”. Antonio intentó abrir y cerrar la llave diez veces. Se envolvió en la toalla, probó suerte con el lavamanos, el lavaplatos, el dispensador de la nevera…nada, ni una sola gota.
“¿¿Y ahora que pasó??- se preguntaba atónito- ¿qué voy a hacer? La última opción era intentar con la llave del jardín. Como estaba casi a nivel del piso, seguramente lograría conseguir algo. Aún estaba lo suficientemente oscuro para salir sin pudor a la terraza e intentar llenar un balde con agua para limpiarse.
Con apenas un hilo de agua, Antonio se agachó a recogerla, pero no alcanzo a llenar más que la mitad del tanque. Cuando se incorporó, empezaban a desfilar las vecinas que trotaban dándole la vuelta a la manzana. Al intentar saludarlas, la toalla con la que se cubría se enredó entre las rosas de su mujer, y antes de ver su humanidad expuesta, se tapó lo que pudo con las manos, dejando caer el poco líquido que había conseguido.
En el alborotó se despertó a su mujer. Con la cara untada de barro cosmético, los rulos con los que según ella conseguía “rizos perfectos” y una bata agujereada que en sus años mozos levantaba suspiros y ahora solo inspiraba lástima. “¿Toño, que haces encuero en la calle?- le gritó desde la sala, “Mija, otra vez el cuento del agua, amanecimos secos…bueno todos menos yo”, le contestó con rabia.
Resignado, entró a la casa, tiró la puerta y lanzó la toalla sobre el sofá. Regresó al baño y se encerró en la ducha a llorar su mala suerte, su insomnio, su incontinencia, sus ganas de bañarse.
En cuestión de minutos, el sol se asomó por la ventanita del baño e inundó con su luz toda la casa. Antonio se había dormido llorando, de pronto despertó de un brinco y levantó la tapa del tanque sanitario. Con los últimos cinco litros de agua que tenían disponible en la casa, se lavó las piernas, la cara y los dientes. Mandó a su mujer que le preparará un café y se volvió a acostar. “Este es el cuento del agua” – le dijo a su mujer- “sin agua no hay nada, acuéstate tú que ni para quitarte el barro de la cara hay”.
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