Ayer 8 de abril aparecieron en El Espectador, en su edición impresa, dos noticias que me llamaron profundamente la atención. Ambas sobre este infinito conflicto colombiano, ambas sobre las víctimas de esta violencia sin fin, ambas sobre un tema espinoso que los diálogos de paz en La Habana han puesto de moda: el perdón y la reconciliación.
La primera noticia informaba la visita de Estela de Carlotto, presidenta de la Asociación Abuelas de la Plaza de Mayo en Argentina, en el marco de la Cumbre de Arte y Cultura de Paz que actualmente se lleva a cabo en Bogotá. La noticia informaba de un encuentro que sostuvo esta reconocida activista y defensora de los derechos humanos, que ha luchado incansablemente por la verdad y reparación de las víctimas de desaparición forzada en la dictadura militar, con las Madres de Soacha; aquellas mujeres que miembros de la fuerza pública les arrebataron sus hijos, los asesinaron y los hicieron pasar como bajas guerrilleras en combate. Lo llamativo del evento fueron las declaraciones de los participantes: mientras Estela de Carlotto insta a las víctimas a desarrollar un proceso de perdón individual que incluya verdad y justicia, Luz Marina Bernal, líder de las Madres de Soacha, plantea que “hablar de perdón ¿por qué? Como madre esos temas del perdón y la reconciliación no los toco porque las madres no parimos hijos ni para una guerra ni para venderlos a nadie”. Y seguidamente afirma “No sé cuándo esté preparada para el perdón y la reconciliación. Tardará mucho tiempo porque cada día recuerdo más a mi hijo, hay mucho más dolor que al comienzo porque sé que pasan los días y no entiendo realmente qué pasó”.
Dos posiciones contrastantes, dos perspectivas claramente contrapuestas que responden, entre otros factores, a las lógicas particulares y casi abismales del conflicto colombiano con el periodo de dictadura en Argentina. Pero que poseen un elemento común, tal vez el más relevante: son madres que perdieron a sus hijos por desaparición forzada y los responsables fueron agentes oficiales del Estado.
La segunda noticia es una pequeña crónica sobre Soraya Bayuelo, miembro del Colectivo Comunicaciones Montes de María; una organización no gubernamental que desde 1994 promueve los espacios alternativos de comunicación, la construcción de ciudadanía, la identidad cultural local y, más recientemente, el reconocimiento de las víctimas del conflicto. Soraya, a quien las Farc asesinaron a su hermano y quemaron viva a su sobrina, afirma “a nosotros nos devastó la muerte de mi hermano y lo de mi sobrina, fue como si nos partieran en dos. Pero en ningún momento mi mamá nos dejó sentir ni un poquito de odio en contra de las personas que intentaron acabar con nuestras vidas”. Y agrega “¿yo que saco con odiar a los que me quitaron a mi hermano? Con esos pensamientos tampoco voy a resucitar a mi sobrina”.
Yo no tengo ni la autoridad moral, ni la formación profesional ni mucho menos la experiencia de vida para decirles a las Madres de Soacha que adopten la posición de las Abuelas de la Plaza de Mayo o la del Colectivo de los Montes de María. Esta posición, de cultivo del dolor y de sentimientos de odio frente a los victimarios es un lugar común en un sinnúmero de víctimas que cargan en sus conciencias y en sus recuerdos la crueldad de la guerra y la desidia de las instituciones. Vale preguntarse entonces si el tipo de activismo que estas madres están ejerciendo, que reproduce y recrudece el dolor y el resentimiento, es funcional a su calidad de vida, a su entorno, a la paz. Vale preguntarse si no es mejor luchar por la verdad, la justicia y la rehabilitación en aras de propender por el perdón y la reconciliación nacional que apostarle al odio y a los sentimientos negativos. Tal vez no lo entienda; pues no he sido víctima directa del conflicto, pero aún así me atrevo a hacer estas preguntas con la intensión de abrir la discusión.
La colonización, el exterminio de las poblaciones aborígenes, las luchas independentistas, las guerras civiles del siglo XIX, la época de La Violencia, las guerrillas revolucionarias, el narcotráfico, los paramilitares y las bandas criminales son las más destacadas estaciones históricas de una ruta de quinientos años de exclusión, injusticias y masacres. Estaciones cuya naturaleza han delineado los derroteros de nuestra memoria, nuestra desesperanza, nuestro ADN social y que, a la postre, determinan esos sentimientos de odio y dolor que muchos desplegamos en nuestra cotidianidad. Conviene entonces, más allá de la terminación de la confrontación armada, una trasformación cultural que defina como objetivo el perdón con los victimarios y la reconciliación de esta Colombia nunca ha visto un día de paz. Este es, en últimas, el mensaje de la abuela de la Plaza de Mayo y los activistas de los Montes de María.
Alvaro Acosta Maldonado
@alvaro7076
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