Como era de esperarse, llegó y pasó tan desapercibida -por ser semana santa- la tan esperada fecha promulgada por el presidente Juan Manuel Santos en La Habana el pasado 23 de septiembre, cuando a boca llena –culiprontadas es lo que sabe decir- señaló que el 23 de marzo del 2016 sería la fecha definitiva para firmar la paz y terminar un conflicto de más de 50 años. Como si eso fuera la única desgracia que embargara a este país.
No es para asombrase dirían unos, ya que conocen de antemano el vocabulario rapaz de un gobierno que ejecuta su prospera oclocracia en micrófonos y costosa publicidad. Sin embargo, otros más acomodados y ceñidos a sus necesidades estomacales y futuristas como la legendaria filisofia de Emilio Tapias, definen sin vergüenza que estamos recobrando la dignidad de democracia con connotaciones inigualables y únicas en el desarrollo de un proceso de paz del que jamás se haya tenido conocimiento en la historia del mundo, sin importar que los asesores internacionales que han venido acompañando a los delegados de las partes en la negociación, sean -o fueron- los grandes auspiciadores de los esfuerzos, fracasos y triunfos de otros procedimientos de cesación de conflictos en otros países. Y eso es precisamente la problemática que nunca reconocen que las matemáticas ya fueron inventadas.
La preocupación del gobierno, como se han venido tejiendo las cosas desde que se inició todo este acto de malabares y espectáculo de piruetas políticas, no está propiamente en el éxito que puedan tener en la búsqueda de la paz, ni en los esfuerzos trazados, ni en el tiempo gastado para ir en ese propósito, sino en el apocamiento descomunal que conllevaría un fracaso de tal magnitud ante la comunidad internacional, más cuando es ésta última es quien señala sin temor, con rechazo fulminante y cierre de toda oportunidad futura para los que sean y hayan sido participes de toda esta vulgar travesía, y más cuando se sabe que esa juega con doble acción, aplaudiendo la conquista y condenando el desengaño.
No obstante, a eso se le suma, que a estos años de incansables luchas de reivindicaciones del pasado que ha hecho este gobierno, donde siguen desfilando los protagonistas de la Apertura Económica, del Apagón, de Dragacol, Chambacú, Miti y Miti, del Salto Social con sus Ocho Mil formas de delinquir, los Caguán, los desmovilizados convertidos en bandas criminales, los Ecopetrol, Falsos Positivos, los Agro Ingresos Seguros, los Anillos y los Reficar y Cia Ltda, son igual el tormento que acecha y sigue preocupando el futuro de toda esta Unidad Nacional, que en cualquier momento puede derrumbarse y que ha sido de difícil ocultamiento porque la razón de todo este andamiaje es cómo se hacen negocios entre estos.
Muchos solo se dedican a escribir de forma tibia los actos de corrupción a los que ha llegado este gobierno, temiendo en presagiar en líneas si algún día se dé un golpe de estado, ya que de hacerlo, serían objetos de persecución política por ser presuntos rebeldes o ciudadanos sediciosos que intentan derrocar al gobierno.
Oponerse a estas “aspiraciones”, no nos hace ser enemigos de la paz. Tener diferencias en cuanto a los mecanismos utilizados, tampoco nos condiciona como terroristas y timadores del sueño colombiano. Guardar silencio e insistir en dejar hacer y dejar pasar, es ser cómplices de no haber dicho como debía decirse en su oportunidad.
Juan Manuel y sus camaradas, no comprenden que esto no es un juego de hermanos, ni es intentar cerrar una brecha que no tuvo eco cuando no pudieron hacer la paz entre liberales y conservadores, o centralistas y federalistas, ni es devolverle los muertos a quienes tuvieron que ponerlos para supuestamente impedir esta macabra guerra. La comprensión va más allá de lo que es, y lo que es verdaderamente cierto es que ya esta clase política actual no pudo resolver el problema de décadas, que ni el tiempo, ni el contexto les permite, ni les permitirá hacerlo porque no tienen la autoridad moral ni histórica para hacerlo, porque ya expiró su fecha.
De seguro que no habrá un golpe de estado, pero si un golpe de la misma democracia a todo este negocio, que por cierto se está sintiendo en toda Latinoamérica como en Argentina, Chile, Brasil, Bolivia, Paraguay, y quizá pronto en Venezuela y porqué no en Colombia, cuando ya la ciudadanía empiece a comprender que los modelos fracasaron en toda su expresión, que los gobiernos y los partidos perdieron legitimidad para logra enmendar siglos de fracasos y verdaderas revoluciones con sus propuestas socialbacanas y neoliberales.
Ojala termine pronto esta pesadilla al que nos han sumergido por años, porque ya los colombianos no aguantamos otro fracaso más.
---o---
Se aproxima la fecha de los Juegos Bolivarianos y a Santa Marta le bailaron el indio con los dineros prometidos para restaurar las sedes deportivas.
@JorgePerezSolan
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