El viejo José Granados -uno de esos grandes colegas que uno se encuentra en este noble oficio del periodismo- me enseñó alguna vez que cuando publicas un tema, hay que estar atento: “Si te llaman a putearte por lo que escribiste, emociónate, porque eso quiere decir que el tema te quedó muy bueno. Pero si te llaman a felicitarte, entonces preocúpate”, me dijo en una de esas frases al vuelo que nunca se olvidan.
Me acordé de él hace unos días porque, a raíz del más reciente blog, ‘El abogado sin título’ (léetelo aquí), una horda de ‘tuiteros influencers’ de las redes sociales se me abalanzó: me maldijeron, me calumniaron y hasta me armaron un post disfrazado de periodismo en un pasquín virtual. ¡Fui feliz! Y seguí investigando. Esto encontré:
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Resulta que, en los años 90, pa’ ser rector de la Universidad del Magdalena no se podía ser ningún perico de los palotes. De hecho, según el acuerdo universitario 038 del 93 -vigente en esa época- el rector no solo tenía que ser profesional, sino que, además, debía cumplir algunos de estos requisitos: tener 8 años de ejercicio de esa profesión, haber sido rector o decano y profesor de una universidad reconocida. (Mira aquí los requisitos)
Sin embargo, en esos mismos años 90, Carlos Caicedo Omar -que hoy en día es gobernador del Magdalena- se hizo nombrar a pupitrazo como rector de la institución, pese a que no tenía título profesional y -por obvias razones- tampoco cumplía ninguno de los requisitos necesarios.
En realidad, no tenía mayor experiencia que mostrar más que la de haber sido un exguerrillero que luego se ‘reinsertó’ a las ‘tetas’ políticas que le soltaban los barones de la época; paradójicamente casi todos exjefes que luego fueron condenados por relaciones con el paramilitarismo (si no me crees míralo en su hoja de vida).
Los 4 gatos que me leen dirán: ¡entonces Polo!, si Carlos Caicedo ni siquiera tenía un título profesional, ¿cómo llegó a ser rector de la Universidad del Magdalena? ¡Yo les cuento!
Lo primero que hay que decir es que el único consciente de que no tenía título profesional era él mismo, pues de dientes para afuera era un ‘digno abogado’, para lo cual mostraba en sus experiencias -como consta en archivos públicos- hasta una constancia de la Onic en la que hacían valer que “el abogado” Carlos había sido “capacitador de Ordenamiento Territorial” entre los años 92 y 93.
Con el cuento de que era abogado, solo le bastaba quitar de encima los requisitos que le impedían tener las calidades para ser rector. Por eso, con el favor del gobernador de entonces, Jorge Caballero, al Consejo Superior no le quedó de otra que ponerse expedir un acuerdo -el 09 del 5 de junio del 97- que borraba de un tajo todas esas exigencias. (¡Pilla aquí cómo quedó ese cambio!)
Con el único requisito de un título profesional que ni siquiera tenía, Carlos Caicedo fue entonces el protagonista de un nuevo acuerdo -el 010 del 5 de junio del 97- el cual lo designa oficialmente rector, juramento ‘falso’ que hizo dos días después, con la mano en una biblia y con la venia del gobernador Caballero.
Meses después -en diligencia del 11 de marzo de 1998- el gobernador Jorge Caballero dijo ante la Procuraduría: “tomé juramento al doctor Carlos Eduardo Caicedo convencido de que era un profesional del derecho y amparado en el principio constitucional de la buena fe… más aún cuando el posesionado bajo la gravedad del juramento declaró poseer las calidades y no estar incurso en el régimen de incompatibilidades e inhabilidades”. (Mira su testimonio aquí, si no me crees)
El lío del título profesional de Carlos Caicedo fue capoteado por él mismo apenas un mes después, cuando, sin ninguna complicación, logró que la Universidad le entregara su título profesional. (descárgalo aquí).
¡Eso sí! No me deja de ser inquietante que Caicedo pareciera haber encontrado contentillo en haber obtenido el bendito cartón y nunca se preocupó de esa honorable profesión que eligió, pues, al consultar en la base de datos del Consejo Superior de la Judicatura, me vine a encontrar que el ‘doctor’ Caicedo terminó expidiendo su tarjeta profesional -en extremo indispensable para su profesión- casi trece años después de haber ‘obtenido’ el título: ¡En el 2010!
Ni los 4 gatos que me leen ni yo seguramente somos expertos. ¡Pero los periodistas estamos pa’ preguntar! Por eso lancé una cuestión en busca de opiniones a través de mis redes sociales. Muy amablemente, el experto y reconocidísimo penalista Iván Cancino me dio una respuesta que me dejó en muy sorprendido, pues inferí que lo que hizo Caicedo pudo llegar a ser ni más ni menos, que un delito:
Aunque, pa’ no ponerle tanta tinta a esto, me quedo con la opinión de otro tuitero que respondió la pregunta abierta y dijo, así sin más, que todo al que se le ocurra trabajar sin su tarjeta de abogado no es más que un leguleyo… ¡El rector leguleyo!
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