Ciudad perdida, tesoro aún escondido para los samarios
Es uno de los lugares sagrados más importantes para los indígenas hoy en día. Hasta allí llegan de lejanos pueblos Kogi, Arhuaco, Wiwa o Kankuamo a hacer sus pagamentos, y cuando caminan por entre sus terrazas, lo hacen demostrando un profundo respeto por sus ancestros. Se trata de Buritaca 200 (como le pusieron los primeros antropólogos que hasta allí llegaron, asumiendo que era el poblado Tayrona número 200), o Ciudad Perdida (como le llamaron los guaqueros en los años 70 y 80), o Teyuna, como le llaman los indígenas.
¿Cuántos de nosotros hemos tenido la oportunidad de estar en Ciudad Perdida? ¿Cuántos samarios hemos podido disfrutar de ese maravilloso viaje a través del bosque húmedo tropical de nuestra Sierra, para llegar luego de tres dias a Teyuna? ¿Acaso sabemos lo que es atravesar esas quebradas y rios cristalinos, dormir en improvisados campamentos arrullados por los sonidos de la selva y amanecer en medio de la algarabía de pájaros y monos aulladores, mientras el Sol se abre paso entre nubes y montañas?. Es un espectáculo único. Y después de esos dias de caminatas extenuantes pero repletas de contacto con la naturaleza, se llega a la ciudad Tayrona más majestuosa y bella que podamos imaginar: ¡Teyuna!. La suma de varios factores la hacen diferente a todos los demás asentamientos prehispánicos en el continente. He aquí algunos de esos factores: Su ubicación en medio de la selva, poco distante del mar (menos de 15 kilómetros en línea recta) y a una altitud entre los 900 y 1200 m.s.n.m. Su arquitectura y urbanismo empleados durante su existencia entre el año 650 D.C. y 1.200 D.C. Por lo que representa para los pueblos actuales y por los misterios que aún encierra (como el papel de la Piedra de la Rana durante el solsticio de verano). Por sus leyendas de mariposas y caciques de oro macizo o por las historias de su descubrimiento y, también, por la forma como fué recuperada, restaurada y ahora es presentada al mundo.
Cuando la Ciudad Perdida fué “descubierta” por personal del Instituto Colombiano de Antropología (ICAN) en los años 70, se planteó la necesidad de recuperarla y restaurarla. Los años de guaquería habían tenido un efecto devastador en la ciudad: terrazas destruídas, muros de contención caídos, escaleras interrumpidas, pedazos de cerámica y piedras regadas por doquier, y excavaciones en cada terraza que le imprimían un aspecto de ciudad bombardeada. La ciudad en ruinas y saqueada, que había permanecido bajo la selva densa y húmeda durante más de 400 años, empezó a ser recuperada.
El éxito de la restauración se debe, en gran medida, a Franky Rey Cervantes (q.e.p.d.). Franky, caminante de la Sierra desde su niñez, fué primero guaquero, y así llegó a conocer la arquitectura Tayrona mejor que cualquier arqueólogo. Por eso el ICAN le encomendó la tarea de la restauración de Teyuna. Caminar allí con Franky era una experiencia alucinante y enriquecedora: “En ésta terraza se encontró un pectoral”, “esa piedra que está aquí tocó subirla entre 20 personas”, “ésta escalera fué hecha en diferentes épocas de la ciudad”, contaba ante cada paso. Franky decidió restaurar la ciudad dejando la selva intacta. No cortó un solo árbol. Por eso la ciudad, restaurada arquitectonicamente, permanece hoy en día entre los musgos, bejucos, palmas y árboles, esperando a ser visitada y admirada.
A Teyuna hay que verla, olerla, sentirla y escucharla. Hay que pasar una noche allí y contemplar el cielo estrellado desde la terraza principal. Hay que amanecer escuchando a las oropéndulas que se afanan en llegar a sus nidos colgantes. Hay que recorrrer sus caminos con calma, y tratar de descubrir las claves de la “Piedra del Mapa”. Hay que bajar al río Buritaca y volver a subir los mil y pico de escalones hasta el “eje central”. Sólo así podremos hablar de ella con pasión y con amor. Los invito a que vayan a Teyuna. Es un viaje a nuestro pasado, a nuestras raices, al corazón de la Sierra Nevada, a la Madre. Les aseguro que es una experiencia única e inolvidable de la que jamás se arrepentirán.
Tristemente Franky ya no está para acompañarnos durante el viaje y la estadía. Sin embargo hay muchos otros muchachos, como su hijo Edwin, que se han especializado como guías hacia la Ciudad.
Solo conociendo nuestra historia y nuestro pasado podemos amar, respetar y cuidar a Santa Marta.
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