La frustrada visita a la casa de Nelson Pinedo
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La idea de escribir un libro sobre Nelson Pinedo empezó a darme vueltas en la cabeza desde mediados de 1987, cuando lo vi por primera vez en persona en la sala de tertulias de El Heraldo (en Barranquilla).
Su música había conquistado mi alma desde temprana edad, pues gracias a mi padre –un melómano incurable que tiene por hábito coleccionar música de la vieja guardia–, crecí escuchando la mayoría de las canciones que grabó con la Sonora Matancera. Así aprendí a valorarlo y quererlo, a través de sus gozosos boleros, merengues y porros.
Conforme iba enterándome de su maravilloso pasado artístico (además de la Sonora Matancera, grabó con grandes orquestas como la de Luis Santí y Los Hermanos Castro, Cortijo, Pacho Galán, Ray Pérez, Tomy Olivencia, la Sonora Caracas, Chucho Sanoja, Memo Salamanca, Tito Rodríguez y Lucho Macedo, entre otras), se alimentó en mi interior la curiosidad por saber cómo era su vida privada, cómo se desenvolvía en el hogar, cómo lo miraban su esposa y sus hijos, qué le gustaba y qué lo irritaba, y otros aspectos más de su acontecer íntimo.
Por eso mi alegría fue desbordante cuando Samuel Minski me contrató para que escribiera la biografía de El Almirante del Ritmo, como fue rebautizado Nelson en el ámbito artístico, y cuyo nombre de pila es Napoléon Pinedo Fedullo.
Escribir ese libro –pensaba- me proporcionaría la bella oportunidad de conocer de cerca al que, por méritos propios, es la máxima figura vocal masculina de la música popular de Colombia. Mi dicha fue absoluta cuando Minski me dio los tiquetes y viáticos para viajar a Venezuela a fin de que entrevistara al cantante en su hogar.
Freno en seco
Llegué a Caracas el 24 de septiembre de 2006 con el propósito de hablar con Nelson Pinedo, en su casa. Me encontraba en la recta final del trabajo de campo sobre su biografía, que publicaría la Editorial La Iguana Ciega, en diciembre de ese año.
Venía entrevistándolo desde 19 años atrás; conservaba casi un centenar de casetes, fruto de nuestras largas conversaciones en diferentes sitios de Barranquilla. También nos comunicábamos permanentemente vía telefónica o a través de correos electrónicos. Solo me faltaba el diálogo en el seno de su hogar, en Caracas, donde se había residenciado de manera definitiva desde mediados de 1968, y donde cuatro años más tarde adoptaría la nacionalidad venezolana.
“Te espero con los brazos abiertos; vente cuando quieras”, me había dicho un mes antes por telefóno, cuando le comenté mi propósito de visitarlo. Eso sí: nunca me dio la dirección de su domicilio. “Tan pronto estés acá, me llamas para vernos”, me dijo.
Después de aterrizar en el aeropuerto de Maiquetía, en la periferia de la capital venezolana, y tan pronto me instalé en la casa de mi amigo Jorge Pardo, intenté de nuevo comunicarme por teléfono con el inolvidable ‘Pollo Barranquillero’, pero no respondió. El resto de la tarde le insistí infructuosamente. “A lo mejor no se encuentra en casa”, pensé. Mi amigo Jorge me tranquilizó dándome las coordenadas de su residencia.
Al día siguiente, temprano, resolví presentármele en su domicilio, en Chacao. El taxi me llevó a la dirección indicada. Era un edificio viejo. Desde un local comercial, ubicado al frente de su residencia, le marqué. Esta vez sí tuve éxito. Me contestó de manera jovial, como siempre. Cuando le dije que estaba a pocos metros de su morada, su tono cambió de inmediato. “¿Cómo así? ¿Ya estás aquí?”, inquirió con asombro.
Sin perder la amabilidad me dijo que en ese momento le era imposible atenderme, que por favor nos viéramos a las 3 de la tarde, pero en la oficina de su representante, Luis Francisco Mendoza (‘El negro Geño Mendoza’), en Korta Records. Le manifesté mi querencia de conocer su casa, pero me frenó en seco: “En mi casa no hablo”, y tras dictarme la dirección de Korta Records, acabó la conversación con un contundente. “Bienvenido a Caracas; te espero a las 3 donde te dije”, y me cortó. Intuí que no quería que recibirme en su morada.
Esa tarde llegué puntual a la cita, en el lugar indicado. Me recibió con una amplia sonrisa, y hablamos por más de una hora en la oficina de Geño Mendoza. Nelson me contó a grandes rasgos de su esposa Alba Marino Blanco, una cucuteña de ascendencia venezolana, y de sus dos hijos nacidos por cuestión de trabajo en el exterior: Rosalba, en México; y Carlos Julio, en Argentina. Me confesó su afición por el Junior de Barranquilla, y su temor a la soledad más que a la muerte.
“Guardo cierta privacidad para mi familia. Mi hogar es una cosa que considero de mi fuero privado. Allá no va nadie de la prensa”, me recalcó.
Sobre su modo de vida en Venezuela me aseguró que era diez puntos, que todos los mandatarios de ese país, incluido Hugo Chávez, le habían dado un trato privilegiado.
Regresé al día siguiente a Barranquilla con la frustración de no haber conocido la faceta hogareña de mi célebre biografiado.
“¿Cómo te fue con Nelson, en Venezuela?”, me preguntó días después Farid Char, cuando dialogamos en el programa radial La Tertulia de los Martes, de Emisora Atlántico.
Le conté lo sucedido, y mi sorpresa fue total al enterarme de que a él también le había ocurrido lo mismo cuando intentó visitarlo con el locutor Álvaro Barzboza.
Farid lanzó una frase que desde entonces no dejó de inquietarme: “Creo que Nelson no vive bien, y le da pena que uno se entere…”
El pasado 7 de octubre el investigador cultural Rafael Bassi Labarrera encendió la alarma sobre la situación actual de Nelson Pinedo, al reproducir, vía e-mail, el clamor de Marta Tiberio, una venezolana que a través de su muro en Facebook reveló que Nelson Pinedo estaba viviendo una dramática situación tanto de salud como económica.
“Cómo hago para que ayuden al cantante internacional, Nelson Pinedo. Está muy enfermo en El Junquito... Ayúdeme por favor… Yo misma lo atendí ayer jueves. El abuelito está en mal estado, su hijo Carlos está angustiado porque donde están es alquilado, y la dueña de la casa los está botando.... y Carlos no sabe qué hacer porque él esta solo con su papá y su mamá. Y la señora es mayor”…
De inmediato se armó una cruzada en la que han participado desde Venezuela los hermanos Saúl y Ricardo Campanella, el hombre de radio Ley Martin, quien ha conseguido el apoyo del alcalde Alejandro Char, la ministra de vivienda, Elsa Noguera; y el gobernador Eduardo Verano. El objetivo es repatriar a ‘El Pollo Barranquillero’ con su núcleo familiar.
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