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01 de Septiembre de 2020

Gabriel Lozano Martínez, su vida, o un viaje en el tiempo

Gabriel Lozano Martínez, tiene a su salud entre sus bienes más preciados, con razón, acaba de cumplir ciento cuatro años de edad.  Entre los argumentos que da para comprender por qué es una de las dos personas más longevas de Pedraza, esta el de no haber sufrido de dolor de cabeza. Su mente es su mayor orgullo, tanto que dice recordar con detalles el día que sintió que su corazón le quiso fallar, entonces le notificó que si se detenía se fregaba porque también se moría.

Él es un hombre visible por su estatura, sus hechos, y hasta por el tono de su voz. Sus frases, expresiones, onomatopeyas y sus cuentos hacen parte de las conversaciones entre paisanos y quienes no lo son. Vital, es otra manera de identificarlo, lo fue durante mucho tiempo de su vida. Ahora, que los años lo han marchitado, cuando le preguntan qué tiene de nuevo responde, con su sonrisa socarrona, que a su edad todo es viejo.

Sus recuerdos fueron los que me llevaron a abordarlo en su vivienda, lo encontré debajo de un árbol de almendra que es su asentamiento en horas del día. Quiero que me hable de su vida. -Fue el introito a nuestra conversación. Se lo dije en el tono requerido porque ha perdido parte de su capacidad auditiva. Pero no solo era su vida, era el interés de conocer, a través de él, algunos hechos que han hechos historia en este pueblo-.

Carajo mis primeros recuerdos son tristes. Fueron malos porque Eduardo Cueto, quien se había comprometido con mi mamá, nos trató mal, a mí y a mi hermana Leovi. Nos cogía por los cabellos y nos tiraba para un lado. Él tenía una enfermedad mala, de esas que contagian. Creo que hasta nos daba las sobras de lo que comía. Pero yo siempre he tenido buena salud. Carajo, soy de los que pocas veces se ha enfermado.

Recuerdo las palabras con las que se dirigía a nosotros: pelaos de carajo. Una vez, quién sabe qué pretendía yo, me puse a llorar, entonces me metió en un saco y después de que le amarró la boca, lo guindó en una tiranta de la casa. Yo sentía que el mundo me daba vueltas y escuchaba la risa de Sebastián, el papá de los Orozco, y de él. Comencé a gritar, me bajó y para sacarme del saco me tiró como cuando vacían el maíz en el suelo. ¡Figúrese usted! Yo me paré sin ninguna estabilidad, estaba como borracho, me tuve que agarrar de la falda ancha de “Pacha” Orozco para poderme aguantar. A mamá no se le que pasaba con ese hombre, que no le tenía gobierno o era miedo.

Para entonces Pedraza era un nido de pájaro, acá lo que había era pura casa de palma, guinea y sará, paredes de barro y boñiga de vaca. La gente acostumbraba a construir una casa pequeña en el patio para después hacer una más grande en el frente de la calle o el callejón.  La primera casa de cemento y teja fue de propiedad del turco Nicolás Cure, es la que esta cerca al hospital. Nosotros vivíamos en la última calle, que era la tercera, en una casa que le dio mi papá, Pepe Lozano, a mi mamá, Juanita Martínez. Hoy es de mis sobrinos, los hijos de Cueto.

Yo era un niño necesitado de todo. Figúrese, no jugaba a la bolita de uñita porque no tenía como comprarla ni quien me la regalara. Lo que hacía era jugar trompo, los que fabricaba después de ir a la ciénaga de Mota a cortar madera de Brasil. Otra cosa que jugaba era el Tango, tiraba uno un botón hacía un hueco que abrían dentro de una cáscara de tortuga y ganaba el que lo metía. Y la cucunubà, la que permitían que jugaran los niños solo en tiempos de Semana Santa.

Un día vino un hombre de apellido López vendiendo sortijas de oro y yo pretendí que me compraran una. Entonces Antonia Núñez, la mamá de Juliancito Zabaleta, me dijo: mijo deje de estar llorando que ese padrastro tuyo no te da nada, yo te voy a regalar una. Me hizo una de coco, me la puse y dejé de llorar. Andaba con mi sortija y Cueto, mi hermano, con una de oro.

Me acuerdo de eso y de otras cosas, por ejemplo, cuando mataron a José Gregorio Urina y Maximiliano Domínguez. Yo fui a dar donde estaban los muertos, frente a la casa de Diego García, allá en el barrio Abajo. Llegué agarrado de la falda de Deodolina Mercado, la mamá de los Cueto, pero ella me dejó solo, sin dirección y no sabía para dónde coger. Le puedo decir, que esas muertes fueron en el 22. Se del año porque después me lo dijeron, porque qué iba a saber de fechas.

Fue después de ese hecho, ya me estaba descollando, cuando unos hombres me llamaron a la casa de tía Rosa María Lozano. Uno de ellos me preguntó que, si me quería ir con él para Barranquilla, para su casa, con el compromiso de darme todo. Le dije que no porque no lo conocía, mientras mi tía me decía sí, que me fuera, porque ella sabía la necesidad que yo pasaba.

No me fui para Barranquilla, pero si para el barrio Abajo de Pedraza. Fue después de que Manuelita, Mañe, Martínez, quien era mi tía, nos cogiera, para criarnos, a Leovi y a mí. Al día siguiente de habernos mudado mataron una gallina y yo le dije a ella que me diera la presa más grande, figúrate el hambre que pasaba. Las cosas cambiaron por completo porque Nicolás Sarlis, que era italiano y el marido de mi tía, nos trataba bien.

Después de que me fui para donde ella ya yo tuve otro pelaje.  Me mandó a la escuela, por eso fui alumno de Gilberto Wades, Rubén Darío Vásquez, el papá de Miguel Becerra, al que le decían Bolívar. Después vinieron unos maestros de Salamina. La escuela funcionaba en una casa grande que quedaba donde esta la alcaldía, y el último profesor que tuve fue Miguel Altamar. De mis compañeros de estudios recuerdo a Hermogenes Movilla y Gilberto Mendoza. No me preguntes hasta que año llegué porque para entonces eso no se llevaba así.

Pedraza, para hablarle claro, se componía de agricultores y pescadores. Era agricultora de verdad, tanto que había transportadores en canoas que llevaban lo que recogían para venderlo en Barranquilla. A Calamar enviaban pan. Acá había mujeres que hacían y los mandaban a vender, una de ellas era tu abuela Isabel Constanza. Los que tenían ganado eran los Cuetos, los Barraza, el viejo Guerrero

Las noches eran alumbradas con lámparas. Unos tenían para comprar lámparas, otros, lamparitas, y los más pobres se alumbraban con mechón. Este último ahumaba las paredes de las casas y cuando la gente se levantaba se sacaba tizne u hollín de la nariz. También usaban lamparitas o mechones para anunciar, en las noches, la venta de cocadas, que han sido de las cosas sabrosas que han hecho en este pueblo.

El primer trabajo que tuve fue vender encajes de tela para Mañe. Ella era negociante de telas en varios pueblos, entre ellos Barranca Vieja. De ahí me mandaban con mi hermana Tomasa a vender a Yucal. Por eso estábamos ahí el día que mataron al político que hizo municipio a ese pueblo. Nos fuimos corriendo porque eso se enrizó maluco. Eso me hace recordar cuando mataron a Gaitán, cuando los liberales de acá querían vengarse con los conservadores. Pero, fíjense cómo son las cosas, no pasó nada, como siempre ha sido. Esto se puso feo fue cuando nombraron a Tito Hamburger de alcalde, porque vino fue a perseguir a los liberales. Imagínese cómo sería eso que a Efraín Lozano lo perseguían y como no lo encontraban me pusieron preso por ser su hermano.

Después, me dediqué a llevar leña para la venta en Calamar. Iba con un señor que se llamaba Manuel Bravo y se la vendíamos a Ana María Pallares. Esa vieja cuando me veía me decía: ahí viene el barriga pelá ese, que por su culpa la leña no arde. ! Figúrese¡ yo lo que estaba era reuniendo una plata para que el doctor Paz, me pusiera dos dientes que se me habían caído.

Me tocó buscar trabajo porque ya Mañe no me podía sostener debido a que se habían ahogado mis hermanas Bienvenida y Tomasa, y debió encargarse de Augusto y Oswaldo los hijos de esta última. A Leovi, la atendían bien, siempre a las mujeres las ayudan más que a los hombres. Ellas iban en una canoa con Pedro Rico y allá por Remolino se les hundió en el río Magdalena. Tomasa llegó a tierra, pero se murió, pero Bienvenida si se ahogó dentro del río. A Tomasa la sepultaron en ese pueblo, pero a Bien la enterraron en una playa. Rafael Arturo, un bebe ron que había acá, fue hasta allá y la sacó de ahí y la llevó al cementerio de Sitionuevo.

Buscando trabajo me fui con una cuadrilla que iba, a pie, para la Zona Bananera. Me llevó Fernandito Martínez, que era marido de Dominga de la Hoz. Salimos tempranito de Pedraza por el camino que va para Chengue, pero cuando llegamos al pueblo me dijo que me quedara porque Manuelito Palmera estaba disgustado porque yo iba. Él decía que era muy pelao para estar en esos trotes. Quería conocer esa zona, porque había escuchado los cuentos de cuando la masacre. No murió ningún pedraceros, pero los que estaban ese día llegaron diciendo que debieron montarse en los techos de las casas para salvarse. Creo que uno de ellos se armó con un machete y hasta decía que había matado unos cachacos.

Después me fui para la Zona, envuelto en una pelota de gente que se fue por Barranquilla. Para ir para esa ciudad era en canoas con remos, las que salían en las tardes. La vaina era cuando se encontraba en el camino un buque, eso sí hacía olas. La llegada a Barranquilla no tenía hora, porque si había vientos tocaba esperar a que bajara el oleaje. Se hacía amarrando la canoa debajo de unos palos de mangos del lado de Sitionuevo. Barranquilla era chiquita y segura, tanto que dormíamos en la embarcación, arrimados en el mercado que quedaba a orillas del caño.

Yo conocí los aviones fue cuando Nicolás Sarlis le comentó a José Antonio Jiménez: te dije que el hombre iba a volar. Se lo dijo porque un avión bajó en el río, frente a Pedraza, y todo el pueblo fue a conocerlo. Ahí iba yo siendo un pelao. Hasta entonces lo que sabía de ellos era el nombre. A mí me dijeron que cuando pasó el primero por acá, la gente se escondió en los montes, porque no podía explicarse en qué consistía ese ruido que venía del cielo.

Acá no se conocía el alambre púa cuando yo era un pelao. Pablito Santander era dueño de lo que hoy es Manzanares y tenía cercado el frente con varas de caña brava. El alambre lo trajo el puertorriqueño Luis Busigó. Las tierras eran baldías, pocos se atrevían a cercarlas con alambre porque apenas lo hacían, Lino Tapias se encargaba de cortarlo. También hubo una sociedad de agricultores, a esa gente les tenían miedos porque eran expertos en cortar alambres. Recuerdo que cuando el municipio negoció con Nicolás Cure las tierras del Mondongo, yo tenía un sembrado ahí. Fui el último colono que salí y eso porque Mañe me dijo: Carajo muchacho, te vas a ganar la mala voluntad del pueblo. Era que esas tierras las habían vendido para construir la iglesia.

Como yo vivía en el barrio Abajo iba a las prácticas de la banda de viento de los Barrios, que se ubicaban ahí frente a la casa de los “Lucho” Jiménez. Antes de llegar buscaba un pedazo de palo para bailar con él al son de la música. Eso sí era difícil, porque era un para adelante y para los costados. Y un para atrás que fácilmente el bailador podía caerse con la pareja. Aprendí a bailar, por eso cuando comenzaron las academias con bandas de viento bailaba con las mujeres tiqueteras, y con el picot bailaba y hacía otras cosas con las academieras.

También bailaba cumbia en las fiestas de San Pablo, la que ponían en el mismo lugar donde hoy esta el hospital. Y hasta gaita, cuando traían un grupo de Chengue, en los que tocaban Gabriel Jiménez, que apodaron Gabriel Culingo y Joaquín Orozco, que era el de la gaita.

Recuerdo que de Bahíahonda venían unos negros, vestidos de blanco, a bailar cumbia. Acá había una mujer llamada Heriberta, era una negra que bailaba con el mazo de vela en la cabeza y cuando daba vueltas le zumbaba la falda ancha que usaba.

Hubo otro tipo de bailes, los de salas. Manuelito Palmera acostumbró a arrendar la sala de su casa para ellos. A esos solo iban los invitados y las mujeres participaban, pero acompañadas con sus mamás, la que se sentaban a esperarlas hasta que se acabara el baile. Y mientras lo hacían, les brindaban agua de panela o de cola.

En diciembre lo que se escuchaba era el Pajarito, eso si no lo bailé.  Las cantadoras eran Ofelia, Felicia y otras, que iban a la casa de Lonchito a entusiasmar a su mujer, a la que le decían Fló, para que también saliera a cantar. Eso era el 24 en la noche y amanecían el 25 en las calles, cantando y bailando. Una vez escuché a Ofelia Pérez diciendo, un 26 de diciembre, en la loma del acueducto, donde vivía: “Je pascua, te fuiste, llévame contigo, carajo.

El primer acordeonista que estuvo tocando en Pedraza fue Pacho Rada, lo trajeron Maquilón, que era un curioso de Chibolo y un odontólogo. Lo ubicaron sobre una mesa, debajo de un árbol de olivo que estaba en la puerta de la casa de Sebastiana Santander, y comenzó a tocar. Enseguida el pueblo se desgajó a verlo, entre ellos yo, y hasta el alcalde, que era Pablo Yejas, llegó. Entonces Pacho le compuso unos versos:

Yo vine el domingo en la tarde

Como todo el mundo me vio

Yo conocí al alcalde

Y él me conoció.

Carajo como si tengo esa mente mala, ja ja ja ja ja ja,

Cuando comenzaron a comprar las vitrolas y las ortofónicas oíamos y bailábamos lo que decían música molida, por la cuerda que había que darles.  También escuchábamos la que las emisoras ponían, a través del radio de Isabelita Lozano, que lo prendía todas las noches y lo ponía en la puerta de su casa. Así fue como nos enteramos de la Segunda Guerra Mundial.

El brujo era Israel Puente. Él decía que sabía cosas del más allá, pero una vez invocó un espíritu y no supo retirarlo. También se le armó un problema porque el diablo le dijo: voy y vuelvo. ! María Santísima¡ vean el lío en el que se metió ese hombre. Después, llegó Joaquín Pablo Orozco, que era curioso. La gente le tenía tanto miedo que sembraba papaya y maíz, y nadie se atrevía a robarle porque decían que ponía culebras a cuidar.

Yo traje una plata de la Zona Bananera y me enamoré de Anita Osorio, tu tía. Lo que pasa era que yo no era tan maluco y tenía la boca bien arreglada. Le mandaba razones de amores, pero ella nunca me prestó atención. El recadero y quien la aconsejaba era Hermogenes Movilla, hasta que un día me trajo una razón maluca: que ella había dicho que con gente de monte no se enredaba. Eso me decepcionó.  Después, la nombraron maestra en Bomba y eso la alejó más de mí. A tu tía le hubiera ido bien conmigo. Hasta ahí te doy ese detalle.

Griselda Fernández me dijo que me alistaba si me casaba con su hermana Anita, pero ya yo tenía un caliente con Lucía González. Un día Hermogenes me dijo: ombe Gabriel, olvídate de Anita, ahí estan Lucía y otras muchachas simpáticas. Entonces yo comencé a dar vueltas por su casa, pero la mamá, Candelaria, tenía la cara bien puesta. Carajo, pero seguí con la cosa. Entonces yo tenía tres muchachas que la aconsejaban, entre ellas Genoveva Martínez, la que fue mujer de Goyo Ruiz, y Lola Rodríguez. Les metían sus viajes y le decían cásate con Gabriel. Hasta una tía de Lucía le dijo a una de ellas que estaba más enamorada de mí que su sobrina, lo dijo por la tanta insistencia.

Me la ayudaron a conseguir. Y comencé a venir a la casa, que quedaba en este mismo sitio, sin mucha confianza. Candelaria y otras personas siempre estaban sentados en el callejón y yo llegaba por la calle. Hasta que un día que José Ramón Salazar, que era de los que se sentaba ahí, me llamó y me dijo: vea, venga acá, usted al tiempo de terminar la visita debe salir y entrar, como el que no se quiere ir. No es como usted hace, que se va enseguida. Uno cuando está enamorado no hace eso. Yo me lo quedé viendo con pena delante Candelaria.

Seguí yendo con cuidadito, hasta una vez le hice un regalo a ella, un frasco de alhucema. Aún recuerdo su cara dura, seca, pero no se opuso a nuestras relaciones. Quien sí lo hizo fue Manuel Fonseca, quien era tío de Lucía, dijo que no era posible que se fuera a casar con uno del barrio Abajo. ¡Figúrese¡

Un día le dije a Mañe que me acompañara a pedir la mano de Lucía, ya teníamos casi un año de estar de novios.  Yo tenía 23 y ella 19 años. Fijamos la fecha de matrimonio y así fue, recuerdos que entre los padrinos estuvieron Raquel Salazar y Leopoldito Tapias. Nos casamos acá, la iglesia era de paredes de barro, techo de cinc y el piso de tierra. Ya tenemos ochenta años de casados.

La banda de viento que tocó en el matrimonio fue la de los Barrios. Un día me encontré con Luz María, tu mamá, y me dijo que recordaba, porque ya tenía diez años, que se fue detrás de nosotros y de los invitados, después de que salimos de la iglesia para donde Mañe. También, que la banda iba tocando por las calles el porro Sebastián Rómpete el cuero.

 

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