La historia que les voy a contar es difícil de asimilar, pero tan cierta que -reconozco- mientras escribo, se me atora la garganta de imaginarme que me estuviera pasando a mí. Pero no, esto lo está padeciendo Alexandra, una samaria de 33 años, empresaria, que hoy ve en su propio papá a ese verdugo que le ha llegado a quitar las ganas de vivir.
Alexandra -cuyos padres se separaron cuando ella apenas tenía 5 años- creció bajo la tutela de su papá, Guillermo León Reyes Velásquez, un sagaz empresario de Guacarí -Valle del Cauca- que hizo fortuna en el negocio del etanol, como materia prima para la producción de alcohol. Hoy es quizás uno de los importadores de etanol más importantes de Colombia que mantiene negocios con grandes farmacéuticas.
Pero su éxito profesional disocia totalmente de su nivel personal: descrito por su hija como un hombre agresivo y violento que, en su infancia, la golpeó en varias ocasiones a punto de llevarla a pensar en el suicidio.
Cuando era niña, Alexandra recuerda vagamente que mientras que sus amigas se ilusionaban con las faldas cortas, ella las llevaba lo más largas posibles para ocultar en sus piernas los moretones que le dejaban los frecuentes golpes.
Pese a las adversidades familiares, la vida transcurrió y ella se hizo empresaria, se casó y se vio forzada a trabajar varios años bajo el paraguas del éxito empresarial de su padre, quien se comprometió a pagarle sus estudios con la condición de que los pagara trabajando para él.
Pero un día -el 19 de diciembre de 2020 a las 4 de la tarde-, cuando estaban en una de las empresas de su papá, las diferencias pudieron más que el amor paternal y aquel hombre que le dio la vida a Alexandra, descargó su ira sobre ella atacándola a golpes de puños y con un radioteléfono que tenía en la mano, hasta el punto en que la relación se quebró del todo.
Las lesiones fueron tan fuertes, que Medicina Legal dictaminó trauma contundente en la cara y el maxilar inferior, edema en el maxilar inferior y un hematoma en la cabeza producto del golpe que le dio con el radio en la cabeza (vera quí). Tuvo 12 días de incapacidad. Estas fueron las fotos de cómo quedó la mujer aquel día:
Ese mismo día, Alexandra María desconoció a su papá y se dirigió a la Fiscalía General de la Nación para interponer una denuncia por violencia intrafamiliar, delito que adquiría el componente de agravado al haber sido la víctima una mujer.
La Fiscalía 21 (Cavif) de la Dirección Seccional del Magdalena mostró interés por el proceso durante dos meses: practicó algunas entrevistas al confirmar las agresiones con la víctima, con su esposo y otros testigos. Incluso visitó al indiciado para trámites de rigor.
Sin embargo, desde el mes de febrero, el proceso duerme el sueño de lo injusto en una gaveta de la Fiscalía; igual de inactivos a otros antecedentes de investigación con los que ya cuenta el papá agresor: uno por el delito de peculado y otro por fraude a resolución judicial (ver antecedentes).
Solo basta con ver la entrevista que practicó en su momento la Policía Nacional, en las que se narra la manera cómplice en la que agentes de Policía que atendieron el caso aquel día, terminaron sonriéndole al maltratador y dando unas vagas instrucciones a la mujer violentada.
Fuera de las agresiones físicas sufridas por parte de los golpes de su papá, Alexandra fue despojada de las propiedades que pudo acumular en sus años de ejercicio profesional. Según consta en denuncia penal, el papá la obligó a cederle los bienes y a firmar un pagaré en blanco con el cual después la embargó y la dejó totalmente en la ruina. Hoy Alexandra ni siquiera puede darse el lujo de contar con una defensa jurídica que le permita hacer valer la justicia contra el que alguna vez fue su papá y que ahora solo ve como un verdugo.
La violencia intrafamiliar es uno de esos males que tenemos enquistados en nuestro país y que habla mucho de la poca humanidad que tenemos hasta con nuestra propia familia. Tan solo en 2019 -según los datos del Forensis de Medicina Legal- hubo más de 77 mil casos reportados en el país, de los cuales 58.931 de los casos fueron contra la mujer.
Es por eso por lo que opino que, ante tanta impunidad frente a este tipo de maltrato, lo mejor que podemos hacer los que conocemos de estas situaciones es visibilizarlos y por lo menos castigar a los maltratadores con una condena social.
P.D. Esto de la violencia contra la mujer está tan normalizado que aquí en Santa Marta tuvimos el caso, nada más y nada menos, que de un magistrado penal que -pese a su limitación física de no tener un brazo- atacó a su pareja sentimental hasta reventarle la nariz. El magistrado sigue siendo magistrado y aquí no ha pasado nada. Léanse esta: ‘Coñazo’ moral para el magistrado José Alberto Dietes Luna
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