Hace poco el expresidente Gaviria dijo públicamente lo que seguramente muchos hemos pensado ó expresado en privado: que en algún momento tendremos que aceptar que nuestro eterno conflicto armado nos manchó a todos los colombianos ya sea por acción u omisión y que por ende llegará el momento de contemplar una especie de “borrón y cuenta nueva” si queremos realmente superar ésta larga pesadilla y poder construir una nueva nación. Todo eso implicaría la adopción de medidas extremas, como es el caso de amnistías para todos los sectores permeados por éste conflicto que padecemos hace más de medio siglo. En otras palabras: medidas extremas para un conflicto extremo.
A estas alturas de nuestra historia resultaría absurdo negar que el conflicto armado se convirtió en parte de nuestra cotidianidad y que por ende, nos hemos vuelto insensibles y conformistas, además de facilistas ya que muchos pretenden que un mesías ó salvador les solucione el problema con ideas simplistas para un conflicto extremadamente complejo y extenso. Son más de 60 años que como sociedad arrastramos éste karma que no nos ha dejado progresar, ni pensar en grandes proyectos ó en otras cosas positivas; es por esto que es tan urgente y necesario buscar salidas alternativas y diferentes a la desgastada solución militar. Todos los conflictos llegan a un punto en que si no se presenta la rendición de una de las partes, es necesario sentarse a negociar el fin de una confrontación que se había vuelto cotidiana y eterna, destruyendo el tejido social y las esperanzas colectivas.
Actualmente vivimos en Colombia una coyuntura particularmente especial e histórica: tenemos la oportunidad de organizar una nueva nación, aprendiendo de los terribles errores cometidos. Es cierto que hay muchos resentimientos acumulados, heridas físicas y psicológicas en todo conflicto armado, pero todas las sociedades del mundo han sido capaces de superar sus problemas para poder alcanzar la prosperidad. Nosotros llevamos más de medio siglo atollados en una guerra sangrienta que sufren a diario nuestros campesinos, indígenas, negros, mujeres, niños y jóvenes; y precisamente son ellos los que más exigen una salida negociada para dicho conflicto, porque les importa más recuperar sus proyectos de vida, restablecer sus derechos y que les cuenten la verdad de todo lo que pasó. Si dudan de eso pues hagan el ejercicio y pregúntenle a cualquier compatriota que viva ó que proceda de algún sector rural sobre su visión del conflicto, para que constaten que hay más enemigos de los diálogos de Paz en los escritorios de las ciudades, que en el mismo campo en donde se sufre la guerra. En conclusión, la mayoría de las víctimas de ésta guerra absurda prefieren superar esa horrible historia con oportunidades para salir adelante, en vez de más odio y venganza a punta de plomo.
Si los colombianos estamos dispuestos realmente a construir una nueva nación de entre las cenizas de la guerra y la exclusión social, es necesario analizar y debatir con mucha serenidad la necesidad de hacer grandes sacrificios colectivos, como es el caso de contemplar amnistías e indultos generalizados para todos los actores del conflicto (Guerrillas, Paramilitares, Estado, Militares, Políticos y Empresarios), pero no como un cheque en blanco, sino con la condición de que la sociedad entera acepte realizar las reformas profundas (Salud, Educación, Justicia, Política, Electoral, Económica y Agraria) que el país necesita con urgencia y que siempre se han aplazado porque afectan poderosos intereses particulares. Sin esas reformas estructurales el sacrificio de hacer un “borrón y cuenta nueva” no serviría de nada, porque los ciudadanos en general y particularmente las víctimas del conflicto únicamente considerarían otorgar amnistías a sus victimarios sólo si el Estado ataca las raíces de todos nuestros conflictos (un sistema político y económico excluyente), y esto sólo puede ser posible por vía de una nueva reforma constitucional, pero ésta vez más agresiva, profunda y estructural.
La sociedad colombiana tomaría la decisión más importante en toda su historia, ya que un perdón colectivo sometido a reformas profundas nos permitiría por fin construir la nación que siempre soñamos y que nunca pudimos tener, por medio de la eliminación de aquellas barreras históricas que fueron diseñadas institucionalmente para que sólo progresaran los poderosos de siempre. Si esas estructuras mañosas y acomodadas son acabadas por medio de grandes reformas, entonces no habrá sido en vano el sacrificio de otorgar un perdón generalizado con amnistías y por una sola vez. Esa sería la única forma de garantizar la No repetición del eterno conflicto que todavía padecemos.
Twitter: @CesarSerpa
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