Mujer, madre y conductora de trenes que rompe barreras: la historia de Sonia Lara


En las vías ferroviarias del Magdalena, donde la brisa se mezcla con el estruendo del acero y sonido del mar, hay un tren que resalta entre todos. No es solo su tamaño imponente ni el rugir de su motor lo que lo hace especial, sino su color rosa vibrante.
Cuando la locomotora aparece en el horizonte, los obreros en los patios, los niños en los pueblos y muchos más saben que quien la conduce es Sonia Lara. Su historia no es solo la de una mujer que desafió las normas de su entorno, sino la de una lucha silenciosa y constante por abrirse camino en un mundo tradicionalmente dominado por hombres.
Una infancia entre dos ciudades
Sonia nació en Santa Marta, aunque su registro civil dice Bogotá. Su infancia transcurrió entre ambas ciudades: los primeros años en la capital y el resto en la calidez del Caribe.
"Viví la mayor parte hasta los 10 años en Bogotá, pero luego retornamos aquí a Santa Marta", cuenta a Seguimiento.co. Creció en un hogar con sus padres y hermanos, rodeada de amor y con lo esencial para tener una vida tranquila. “Tuve una infancia feliz”, recuerda con una sonrisa. “No en las mejores condiciones, pero nunca nos faltó nada”.
Desde pequeña, Sonia era risueña, amigable y conversadora. Pero jamás imaginó que su destino estaría ligado a las grandes moles de acero que recorren el país. Nunca soñó con ser conductora de trenes ni sabía que existía esa posibilidad. Sin embargo, tenía algo claro: quería hacer algo diferente.
Un encuentro inesperado con el ferrocarril
Todo cambió hace 16 años, cuando Sonia realizaba sus prácticas en mantenimiento eléctrico en el SENA. Su asignación la llevó a Puerto Viejo, en Prodeco. Un día, mientras arreglaba unas lámparas en la oficina de un supervisor, levantó la vista y vio algo que captó su atención: una enorme locomotora deslizándose por los rieles.
"La vi en un paso nivel y me pareció curioso", recuerda. En aquel entonces, los trenes también se descargaban con mulas, y el mundo ferroviario le era completamente ajeno. No tenía idea de cómo funcionaban ni que algún día estaría al mando de uno.
La oportunidad surgió en una conversación casual. Preguntó al supervisor si había forma de ingresar a ese mundo. “Tienes que hacer un curso técnico”, le respondieron. Y así lo hizo.
En 2008, mientras terminaba sus prácticas, Sonia realizó el curso de auxiliar de tren. Al año siguiente, en marzo de 2009, ingresó oficialmente a Prodeco, aunque en un rol de apoyo. "El auxiliar de tren es quien está abajo, no opera la locomotora, pero es parte fundamental del proceso", explica.
Rompiendo barreras en un mundo de hombres
Desde el primer día, Sonia supo que su presencia no pasaría desapercibida. "Aquí todos son hombres", dice con franqueza. Cuando ingresó, había otra mujer con ella, pero con el tiempo quedó sola en el equipo. Sin embargo, nunca sintió discriminación, ya que en Prodeco siempre se ha trabajado bajo la inclusión y equidad, "Todo lo que ellos hacen, lo puedo hacer yo, y eso está comprobado", afirma con seguridad.
A lo largo de los años, demostró su capacidad y disciplina, lo que le permitió ascender hasta convertirse en maquinista. No fue un camino fácil, pero tampoco imposible. "Fue un proceso de ganarse la confianza, de demostrar que podía manejar una máquina tan grande como cualquier otro", relata.
La primera vez al mando de la locomotora rosa
En 2019, la vida le dio una oportunidad única: conducir la locomotora rosa en su viaje inaugural, junto a otra mujer, Emilia Bueno. Era la primera vez que dos mujeres operaban juntas un tren en Prodeco, y la expectativa era enorme.
"Estaba nerviosa porque era el primer viaje de esta locomotora y además el primer viaje de dos mujeres al mando", recuerda. Durante el trayecto, sentía la presión de que todo saliera bien. "Imagínate qué problema si algo fallaba", dice entre risas. Pero nada falló. La locomotora rosa recorrió su ruta entre las minas del Cesar y el puerto en Ciénaga sin contratiempos, llevando no solo una carga de carbón que representa progreso para nuestro país, sino un mensaje de lucha contra el cáncer de mama en cada recorrido.
Desde ese día, cada vez que la locomotora rosa aparece, la gente sabe que Sonia está al mando. Se ha convertido en un símbolo de valentía, determinación y empoderamiento.
El día a día de una maquinista
Conducir un tren no es tarea sencilla. Cada jornada de trabajo empieza de madrugada. "Salimos a las 3 de la mañana, así que me levanto a las 12, me organizo y llego al patio ferroviario a las 2", detalla Sonia.
Antes de cada salida, hay un meticuloso proceso de revisión: recibir la documentación, pasar pruebas, revisar los frenos, garantizar la comunicación y asegurarse de que todo esté en orden.
El trayecto puede durar entre 4 y 5 horas, dependiendo del tráfico en las vías. "Cuando estamos solos, podemos hacer el recorrido en 3 horas y 50 minutos, pero si hay mucho movimiento, puede tomar hasta 5 horas", explica.
La paradoja de la velocidad: la maquinista que no sabe conducir carro
Sonia ama la velocidad. La adrenalina de manejar un tren de toneladas de acero sobre los rieles la llena de emoción. "Es una sensación increíble, sentir la fuerza del motor, la precisión con la que todo tiene que hacerse", dice con brillo en los ojos.
Sin embargo, hay un detalle curioso en su historia: a pesar de mover con destreza una locomotora de más de 3.000 caballos de fuerza, no sabe manejar un carro.
"Es chistoso, pero nunca aprendí", confiesa entre risas. Mientras muchos luchan con los cambios de un automóvil o con estacionarse en reversa, Sonia domina el control de un tren que puede alcanzar más de 80 km/h en ciertos tramos.
“Cuando lo digo, todos se ríen y me preguntan si es difícil. Yo les digo que no, lo único es que uno tiene que saber controlar el freno y las velocidades, pero para mí no es complicado”, cuenta.
El equilibrio entre la familia y el trabajo
A pesar de su amor por la locomotora, su mayor orgullo es su familia. Sonia es madre de Dylan, de 13 años, y Steven, de 9. Aunque nunca han viajado con ella en el tren, la han visto desde la distancia.
"Una vez les dije el día exacto en que iba a pasar cerca de Santa Marta, y ellos estuvieron atentos para verme", recuerda con cariño. Sin embargo, más que espectadores de su trabajo, son su motor.
"Ellos son mi pilar. Todo lo que hago, lo hago bien porque ellos me esperan en casa", afirma con convicción.
Conducir un tren es una labor de alto riesgo, y Sonia lo tiene claro. "Si voy manejando y me duermo, puedo sufrir un accidente. Si en el camino golpeamos un camión o encontramos algún obstáculo, todo puede terminar mal. Por eso, todo se tiene que hacer con mucha seguridad", explica.
Cada vez que sube a la locomotora, eleva una plegaria. "Le pido mucho a Dios que no haya ninguna novedad, que no pase nada, que no encontremos personas, camiones, animales… nada que nos ponga en riesgo. Porque igual, así como me voy, quiero regresar a casa", manifiesta.
En casa, el tiempo con sus hijos es sagrado. "Nosotros descansamos tres días después de cada turno, y esos días son de ellos", enfatiza.
Ser mujer en un oficio atípico
A lo largo de su carrera, Sonia ha escuchado todo tipo de comentarios. "Mucha gente se sorprende cuando se entera de lo que hago. Me preguntan: '¿En serio? ¿Eso no es difícil?' Pero yo ya tengo bastante tiempo en esto", dice con orgullo.
Sabe que su presencia en el ferrocarril es una inspiración para otras mujeres. "Es gratificante saber que, al verme, pueden pensar que también pueden hacerlo. Que no hay límites", asegura.
Hoy, Sonia Lara no solo es una maquinista experimentada, sino un símbolo de perseverancia. Su locomotora rosa sigue recorriendo las vías del Magdalena y del Cesar, recordándole a todos que los sueños pueden cambiar de dirección en cualquier momento y que, con determinación, cualquier camino es posible de recorrer.
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