Para evitar malentendidos al tratar el tema de este artículo, comencemos por atenuar un poco la impresión que nos causa la palabra “vulgar”. No hay que asociarla erróneamente con el término “obsceno”. En efecto, nuestro idioma se deriva del latín vulgar y no del latín culto. Así, pues, al desmembrarse el Imperio Romano de Occidente, en las regiones alejadas de Roma, que era la metrópoli, se desarrollaron las lenguas romances, entre ellas el español. Todo lo anterior nos recuerda que la palabra ‘vulgar’ no es tan peyorativa como podríamos suponer.
Pues, bien; los ‘vulgarismos’ son palabras y expresiones que usa el hablante corriente. Nos preguntaríamos por qué son condenados los vulgarismos. Los profesores de lengua castellana hacen lo posible por erradicar de nuestro vocabulario esas palabras y expresiones solo porque debemos utilizar los términos que corresponden a cada objeto o realidad. Por eso son vulgarismos ‘cosa’, ‘algo’, ‘eso’, ‘cosiánfira’, etcétera. Está claro que cuando decimos “esta vaina está fea” o “esa cosa no me gusta”, omitimos la palabra correcta que designa un objeto específico, que tiene un nombre o significante ya asignado. En realidad, lo que los profesores desean es que el lenguaje se enriquezca; los vulgarismos empobrecen nuestro vocabulario, lo restringen porque los hablantes se van por la vía más fácil: con ‘cosa’ y ‘vaina’ se ahorran el trabajo de traer a la memoria el nombre del objeto en cuestión. Queda claro que los vulgarismos no ayudan en nada al idioma.
Otra práctica contra el idioma es el uso excesivo de una misma palabra en un discurso. Son las llamadas ‘muletillas’. La muletilla es un recurso que sirve de apoyo en medio de una conversación o disertación pero no aporta nada al contenido que se desarrolla y, por el contrario, causa fastidio en el oyente; se produce una especie de sonsonete. Casi siempre la muletilla encuentra terreno abonado en la expresión oral. Pero nos queda el consuelo de que el idioma crea sus propias defensas y no permite que estos vicios se eternicen. Un ejemplo: ¿Recuerda el lector que en años pasados la expresión ‘o sea’ era el bastón imprescindible para entablar una conversación? Hoy día parece que nos hemos librado de tal muletilla.
Hablando de muletillas se nos ocurre citar un ejemplo de actualidad que todos los colombianos podemos observar diariamente. Basta sintonizar en los principales canales de televisión, a la seis de la tarde, el programa institucional en el cual el presidente de Colombia informa sobre el desarrollo de la pandemia que nos azota. El Presidente utiliza alrededor de veinticinco minutos mientras que los funcionarios que lo acompañan consumen el resto de la hora. Pero, ¿qué tiene que ver el tema lingüístico que tratamos hoy con el programa sobre el coronavirus? Pues, desde hace muchos días en ese espacio televisivo se destaca la palabra “también” en labios del Presidente. El tiempo de vagancia que nos ha regalado el confinamiento obligatorio nos ha permitido llevar una estadística del uso de esta palabra.
El 18 de junio el presidente Duque pronunció la palabra “también” 39 veces; cuando creíamos exagerada esa cifra, constatamos que el 26 del mismo mes la muletilla se la escuchamos 53 veces. ¡En solo 25 minutos! Pensamos que ya es el colmo; pero es posible que el Presidente supere su propio récord o registro. Mientras tanto, a los problemas inevitables que nos ha traído la pandemia tenemos que agregar el martilleo desesperante que la palabra “también” causa en nuestros tímpanos. Recordemos que el idioma es para cuidarlo siempre, no solo cada 23 de abril.
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