La Paz está cerca, con el ya pronto acontecimiento de los acuerdos, hasta la vuelta de la esquina, entre el gobierno y la insurgencia, que es posible se refrenden en las urnas o, de acuerdo con la Constitución, se instrumentalice el principio de que la paz es un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento. Se cuenta con que esto es irreversible. La línea de fuga acá se centra en que a partir de que se suscriban los acuerdos de La Habana, que pongan fin al conflicto armado, entrarán nuevos actores a la deliberación, en el espacio público de la democracia. Con quienes vamos a convivir.
Aspecto central, de esta premisa de que se deviene el fin del conflicto armado, parte de que además de los avances en los puntos de las conversaciones de Paz, se logró llegar a una coalición histórica entre la oposición y el gobierno en el Congreso de la República para prorrogar la denominada Ley de Orden Público sobre los acuerdos con la insurgencia que permitirán establecer fórmulas de cese al fuego y de hostilidades, con zonas de concentración donde las guerrillas, a más de surtir los “procesos de dejación de armas, desmovilización de los miembros del grupo armado organizado al margen de la ley, y su reinserción a la vida civil”, harán política en su real sentido, pedagogía y movilización social por la Paz.
El nuevo rostro del país se empezará a construir a partir de la verdad, la justicia, la reparación integral y la garantía de no repetición, en clave de reconciliación. En esta situación extrema, es necesario tomar distancias en los espacios de verificación, en los cuales actores internacionales entrarán en juego, pero también en este escenario, chocarán discursos. Allí lo importante es desarmar el lenguaje. En esta coyuntura, la máquina de guerra, será el pensamiento. La disputa será por el poder, por la vía de las urnas. Pero para eso, se requieren garantías. No podemos escapar a la vergüenza de tanta ignominia durante el conflicto, pero si podemos creer en el cambio o la esperanza que traerá la posibilidad de la Paz.
Para esto, es fundamental desmontar la percepción de autocomposición interiorizada, e insoportable, en muchas de nuestras acciones, valores, ideales y opiniones para defender modos de existencia, esferas de custodia y de dominio. Esto es importante integre la pedagogía para la Paz o sino, es posible que sea la mecha para nuevas dinámicas de conflicto que nunca más deberán ocurrir en un país democrático.
La resistencia a la injusticia, a la desigualdad, a la segregación y a la discriminación, en el frágil sistema actual, seguirá viva, mientras no se avance en profundizar la democracia, quizá en otro orden normativo e institucional, con igualdad de oportunidades para la gente, cambios estructurales que generen condiciones de bienestar para las mayorías, empoderamiento ciudadano, garantía de derechos y se cedan espacios de poder, que las élites por tradición han ocupado a su antojo, con la presencia contundente de instituciones legítimas, pluralistas e incluyentes. Esto hay que comunicarlo, trascenderlo, de manera crítica, con un sentido político, para que la clase trabajadora, en forma libre, lo tome en serio. Esa es nuestra gran tarea, mantener encendida la llama por la Paz, que devendrá en el proyecto colectivo de construcción de un nuevo país en Paz con justicia social.
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