Apenas me bajé del avión e ingresé al aeropuerto El Dorado, me recibieron dos tipos con toda la indumentaria covid que hoy nos es familiar: el traje blanco, las botas y las máscaras. Uno de ellos me pidió el pasaporte, y el otro desenfundó un termómetro infrarrojo, de esos tipo pistola. Lo manipuló, lo acercó a mi frente, y disparó.
Fue la primera vez que me tomaron la temperatura apuntándome a la cabeza. Y también la última. La simbología que esto puede representar -la figura de una pistola, la mira, el disparo en la cabeza- no es agradable, y eso lo puedo entender perfectamente. El caso es que la escena no se volvió a repetir, a pesar de que los protocolos de bioseguridad seguían y siguen siendo los mismos. Y eso me dio mucha curiosidad.
Con el paso de las semanas el lugar del disparo cambió: ya no era en la frente, sino en el cuello, luego en el antebrazo, y hoy en la muñeca. La razón de este cambio parecía simple y hasta sensata: la gente aseguraba que medir la temperatura usando un termómetro infrarrojo en la frente ocasionaba graves daños a nivel cerebral. Que mataba miles de neuronas, pues.
Esto lo repitieron tantas veces hasta el punto de volverse incuestionable. ¿Y dónde lo repetían? Obviamente por las redes sociales: publicaciones en Instagram y Facebook, algunas cadenas por Whatsapp, y uno que otro mensaje por Twitter. La cosa fue tan en serio que hoy los visitantes de los centros comerciales se rehúsan a que les apunten en la cabeza con algo que ellos mismos desconocen cómo funciona. Sinceramente es muy berraco ver entre nosotros esos miedos infundados desde la pereza del intelecto.
Por supuesto, a los cuatro gatos que me leen, les digo: los termómetros infrarrojos usados en la frente no causan ningún daño a nivel cerebral. No matan neuronas. No provocan cáncer. Es que no está comprobado científicamente, y los expertos ya han desmentido esto varias veces (https://colombiacheck.com/chequeos/es-falso-que-los-termometros-infrarrojos-destruyan-las-neuronas). Lo que sí parece estar comprobado es que no sabemos ni queremos saber como funcionan esos termómetros. En realidad, pareciera que no quisiéramos entender el funcionamiento de aquello que suponga un esfuerzo mental, o que contradiga nuestro averiado sentido común, porque siempre resultará más fácil repetir algo que nos dijo alguien que tampoco tiene idea de nada. Entonces me pregunto, ¿para qué tantos recursos informativos interesantes y confiables, si terminamos cayendo en un sumidero de información falsa que opera desde nuestra antipatía por el conocimiento?
Todo esto porque ayer vi un documental muy interesante en Netflix que se llama ‘El dilema de las redes sociales’. Por favor véanlo, y sobre todo, pongan en práctica lo que logren aprender.
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