A 25 años de su muerte, el canto del ‘Pollo Vallenato’ sigue más vivo que nunca
“Y cuando ya el alma se acaba
se despide de este mundo
y en aquel sueño profundo
la vida se vuelve nada”
En su desconsolada elegía ‘Alicia Adorada’, Juancho Polo Valencia habla de la muerte como el fin del alma, la despedida de lo terrenal.
Esa despedida, con profundo dolor y tristeza, la ofrendó la música tradicional vallenata el sábado 25 de marzo de 1995, al morir Luis Enrique Martínez, notable cantautor reconocido por los expertos como el ejecutor del acordeón más influyente del siglo XX en Colombia que, como bien lo asegura el investigador cultural Abel Medina Sierra, definió los patrones rítmicos, melódicos y armónicos de ese maravilloso género compuesto del paseo, el son, el merengue y la puya.
Han pasado ya 25 años de la muerte del juglar, un cuarto de siglo sin su presencia física. La pandemia de la Covid19, que tiene confinada a la humanidad y cuya temática ha acaparado el interés de un alto porcentaje de la gente, hizo que el aniversario de la muerte del músico pasara casi desapercibido.
Las personas mueren realmente cuando deja de respirar, sobre la faz de la tierra, el último ser que lo recuerde.
Al respecto, el dramaturgo y filósofo francés Gabriel Marcel sostuvo que la muerte doblega cualquier realidad, y enfatizó que la mejor manera de que los seres queridos “no caigan en el olvido” tras la muerte es “llevarlos siempre en el corazón”.
Y no recordar al ‘Pollo Vallenato’ dada su importancia en el crecimiento de nuestro folclor, es tanto inaudito como imposible, pues él forma parte de nuestra memoria. Creó un mundo propio y dejó dignos herederos, preservadores de su legado.
Su deceso se produjo en la clínica El Prado de Santa Marta, donde estaba recluido por una crisis diabética que había obligado, cuatro meses atrás, a la amputación de un dedo de uno de los pies. También padecía una complicación prostática.
Murió en la completa miseria, según escribió Hernán Baquero Bracho en el portal web hoyennoticia.com.
“Al médico José Carreño, quien salía de su turno en la clínica El Prado, le avisaron que ahí se encontraba Luis Enrique Martínez, muy enfermo. De inmediato acudió a verlo; ya la diabetes le había afectado una pierna. Lo saludó y lo halló muy desmejorado en la parte física; su penuria era infamante. Quedó tan impresionado el doctor Carreño que habló con el gerente de la clínica y le contó la situación del juglar, y logró que la entidad asumiera los gastos de su tratamiento en el centro hospitalario. El doctor Carreño lo evaluaba de manera diaria, y ahí entablaban tertulias”, escribió Baquero Bracho.
Un mes antes de fallecer, Luis Enrique había celebrado su cumpleaños número 72, rodeado del cariño y humildad de su familia más cercana, residente en una casa que, según el periodista Tony Pérez Mier, corresponsal del diario El Tiempo en Santa Marta, habían comprado entre las avenidas del Río y Libertador de la capital del Magdalena, gracias al dinero (diez millones de pesos) que entregó Carlos Vives, como regalías de la canción ‘La tijera’, agrupada en el trabajo discográfico ‘Los clásicos de la Provincia’.
Óyeme morena, no te pongas rabiosa/ porque así no son las cosas para una mujer bonita/ mira que yo quiero, que tu abuela no lo sepa/ porque si vas a la fiesta es para que goces solita/ quiero parrandear allá en La Estrella, con una morena bien candela (Bis)/ pero si me sale parrandera, quizá, te va a cortar la tijera/ te va a cortar la tijera, te va a cortar la tijera (Bis)…
“En medio de la pobreza en que las organizaciones de la música tienen a los artistas colombianos, ‘El Pollo Vallenato’ vivía de las donaciones de sus compañeros de oficio”, reveló Tony Pérez, en la edición de El Tiempo del 27 de marzo de 1995. Un hecho deplorable que refleja la desidia del Estado hacia los valores que hacen Patria con sus obras, en especial a uno de los creadores musicales que más influencia tuvo en la evolución y definición de un género tan representativo de nuestro país como lo es el vallenato.
Las exequias se cumplieron en el cementerio Jardines de Paz de Santa Marta, dos días después del fallecimiento, bajo un cielo gris, triste, quizás por la despedida de ese ser generador de alegrías y orgullo costeño.
Años más tarde, mediante la gestión del entonces presidente del Festival del Retorno de Fonseca, el compositor local Luis Francisco ‘Geño’ Mendoza, que logró convencer a la viuda Rosalbina Serrano de Oro, los restos de Luis Enrique fueron trasladados al Hatico, su lugar de nacimiento. Allí reposan en un mausoleo que para tal acontecimiento construyó la administración municipal.
Marcó un antes y un después
Con la muerte de Enrique Martínez terminaba toda una época. Él había sido el iniciador de una escuela novedosa en la interpretación del acordeón. Fue el primer músico de nuestra tierra que se diferenció de sus antecesores en el sonido que producía su instrumento. Con solo afinarlo o dar dos compases se sabía de inmediato que él estaba ahí. Después de él, la digitación sería distinta.
“Se caracterizó por ser un completo innovador que jamás pactó con lo convencional. Rompió esquemas y fue quien comenzó a hacer melodías con los bajos. Antes de él, eso no existía. Además de ello, fue el primero en hacerles introducciones a las piezas musicales antes de empezar a cantar”, señaló el coleccionista e investigador musical Julio Oñate Martínez.
“Es el genuino papá de los acordeoneros”, lo definió el notable cronista Juan Rincón Vanegas.
En la biografía ‘Alfredo Gutiérrez, la leyenda viva’, libro que escribí en 2001 bajo el sello editorial de la Universidad del Atlántico, el trirrey vallenato reconoce en Luis Enrique Martínez “a un maestro visionario, maestro de todos los que tocamos el acordeón. Nos enseñó otra de manera tocar”.
El desaparecido Nicolás Elías ‘Colacho’ Mendoza me dijo en 1987, en El Heraldo, poco después de haber ganado el primer Festival Rey de Reyes, que “Luis Enrique había sido el primer revolucionario en materia musical sin atentar contra la pureza del Vallenato. Este sombrero que llevo puesto me lo quito ante él”.
Del mismo modo, Emiliano Zuleta Baquero, padre de la dinastía Zuleta-Díaz, me dijo en diálogo que sostuvimos en Valledupar, que “En la música vallenata, Enrique Martínez estaba en un pedestal inalcanzable”.
El folclorista Darío Pavajeu Molina, figura connotada de la cultura valduparense, califica a Luis Enrique Martínez como “El rector de los acordeoneros que dejó una escuela. La mayoría de los acordeones tienen la influencia marcada de él, incluidos ‘Colacho’ Mendoza, Israel Romero, ‘Cocha’ Molina, Alvarito López y el mismo Alfredo Gutiérrez”.
Para el investigador cultural sabanero Édgar Cortés Uparela, “El nombre de Luis Enrique Martínez marca un hito en la historia de la música vallenata; hay un antes y un después de él”.
Israel Romero, con quien dialogué en Santa Marta en el lanzamiento del Festival Cuna de Acordeones de Villanueva de 2017, en homenaje a Alfredo Gutiérrez, confesó: “Cuando escuché por primera vez a Luis Enrique Martínez, dije para mí: ¡Este sí es un señor acordeonero! Quiero tocar como él”.
Emiliano Zuleta Díaz, considerado como el acordeonero que impulsó la evolución de la interpretación del acordeón, en tiempos recientes, sin salirse de los parámetros del vallenato tradicional, reconoció en diálogo con su hermano Fabio Zuleta la grandeza de Luis Enrique Martínez. En uno de los apartes de esa entrevista que puede verse en Youtube, Emilianito dijo: “Es que yo quisiera que todos entendiéramos que Enrique Martínez es el mejor músico de la historia. En la época del acordeón de tres hileras, en que los acordeoneros se casaban con una sola, hilera, Luis Enrique se atrevió a explorar y a combinar los sonidos, maniobrando las tres hileras. Nadie había hecho eso. Él fue el precursor que le dio vida a esto. Por eso no vacilo en señalarlo como el más grande de todos nosotros”.
Ninguno de esos ilustres personajes entrevistados exageró en su opinión como tampoco exageró la inolvidable gestora cultural Consuelo Araújo Noguera, ‘La Cacica’, al referirse a él, en un sentido editorial que escribió, un mes después del deceso del artista, en la revista oficial de la Fundación Leyenda Vallenata, y del cual cito algunos apartes:
“En medio de tantos valores de la música vallenata, muertos y vivos, Luis Enrique Martínez encarnó, mejor que ningún otro, las virtudes y condiciones propias de un juglar completo: fue compositor, y si de eso nada más se tratara, sus cantos de estilo costumbrista fueron armónicamente musicalizados que por derecho propio se ubicaron en la lista de los clásicos del vallenato. Fue el típico cantor cuya voz, de acento parrandero pueblerino, se impuso en un momento en que aún no habían surgido los poderosos vocalistas de ahora, y se mantuvo en la aceptación y el cariño de un público exigente que no concebía los cantos de Luis Enrique y los que él había grabado de otros autores sino vocalizados por él mismo con su timbre peculiar y, finalmente, fue el acordeonero que tuvo el talento y la sagacidad para desentrañarle al instrumento todos los secretos de sus tonalidades, armonías y ritmos, a tal grado que no es aventurado decir que a partir de él se termina la etapa del acordeón monorrítmico de un solo sonsonete en el que parece que no existieran mayores posibilidades musicales, y comienza con firmeza y poderío una nueva musicalidad llena de notas más alegres, más sonoras, más brillantes que le dan un giro completo a la música vallenata”.
Le llamaban ‘El Pollo Vallenato’, y había nacido el 24 de marzo de 1923 del vientre de Anatividad Argote, en El Hatico de las Cabezas, jurisdicción de Fonseca, hoy departamento de La Guajira.
“Mi madre se llamaba Anatividad y no Natividad, como muchos escriben y pronuncian de manera incorrecta”, me aclaró, en Valledupar, el propio Luis Enrique, poco antes de su participación en el Festival Rey de Reyes, en 1987. Fue la única vez que hablé con él.
Su padre fue Santander Martínez, un humilde campesino que, para ganarse el sustento diario, alternaba el oficio de constructor y reparador de ranchos de bahareque con el de acordeonero. Fue tanta la popularidad que gozó Santander en aquellos tiempos carentes de publicidad, que Carlos Huertas lo inmortalizó en su paseo ‘El cantor de Fonseca’: Yo vi tocar a Santander Martínez/ a Bolañito y a Francisco el Hombre…
Luis Enrique fue el segundo de los tres hijos que tuvo la pareja conformada por Samuel Martínez y Anatividad Argote. Después, fruto de dos relaciones maritales, la mujer le daría a Luis Enrique tres hermanos más, uno de ellos, José María ‘Chema’ Argote, conocido mejor como ‘Chema’ Martínez, y que también se destacaría en la ejecución del acordeón. Por la línea paterna, Luis Enrique tuvo cuatro hermanos, incluido Francisco ‘El Negro’ Martínez, autor de ‘Zunilda’, paseo que grabara primero ‘El Pollo Vallenato’, y años después Diomedes Díaz con ‘Colacho’ Mendoza.
Yo no tengo vida, yo solito paso mis penas (Bis)/ tengo que volver a La Sierra, solamente a ver a Zunilda (Bis)/ Solamente a ver a Zunilda, a la que le tengo cariño (Bis)/ Ella vive muy pensativa, siempre dice que yo no le escribo (Bis)…
De acuerdo con el libro ‘Clásicos del vallenato’, escrito por el locutor cesarense Celso Guerra Gutiérrez, Luis Enrique combinó junto a su progenitor el aprendizaje musical con las labores del campo, bien fuera como agricultor, aserrador o machetero.
Ya adolescente, el joven Enrique -así le decían- desarrolló su vocación sin ningún tipo de freno. Y al ritmo que dejaba sentir la sierra en el corte de la madera, componía canciones con frases que le regalaba la musa.
A los 24 años, siendo un hombre hecho y derecho, Luis Enrique emprendió el camino musical, impulsado por la fama de Abel Antonio Villa.
“Yo tomé el camino del acordeón, en serio, en 1947, estando recién casado con Rosalbina, cuando conocí al negro Abel Antonio, en una de sus visitas a El Copey. Lo mío era la agricultura, pero algunos amigos me metieron en la cabeza -¡y yo me lo creí!- que yo tenía madera para la música. El caso fue que dejé todo tirado y por seis meses me fui tras los pasos de Abel Antonio, recorriendo varios pueblos, tocando y cantando. Mi mujer por poco me deja cuando regresé”, me dijo ‘El Pollo Vallenato’ en aquella corta, pero fructuosa entrevista de 1987.
Sobre su génesis en la música vallenata y su estilo, Luis Enrique Martínez nos compartió en el libro 'Cultura Vallenata', de Tomás Darío Gutiérrez, que “Yo tengo de las dos escuelas porque aprendí el Son del maestro Pacho Rada; el Paseo lo aprendí oyendo a músicos como Lorenzo Morales, Emilianito Zuleta y Chico Bolaños”.
Al respecto, el locutor, presentador e historiador de la música vallenata, Jaime Pérez Parodi, asevera que Luis Enrique Martínez le confesó que fue Chico Bolaños, en Fonseca, quien le habló de la importancia de la posición y la digitación, y le enseñó a tocar los bajos del acordeón.
“De manos de Chico, que falleció en Bosconia sin dejar ningún registro sonoro, Luis Enrique recibió un acordeón de tres teclados, pero fue Andrés Paz Barros, en Ciénaga, quien lo pulió desde el punto de vista musical. El maestro Paz Barros, amigo y compañero de Luis Enrique, leía y escribía música”, sostiene Jaime Pérez Parodi.
El 8 de abril de 1947 contrajo matrimonio en la parroquia de Caracolí, uno de los 26 corregimientos de Valledupar, con Rosalbina Serrano. Con ella edificó un sólido hogar que solo sería disuelto por la muerte, 48 años después. La unión dejó dos hijos: Victoria y Moisés Martínez Serrano. Luis Enrique procreó cinco hijos más, fuera del matrimonio: Alberto, Alexis, Ingrid, María Luisa y Gloria.
A su amada Rosalbina, a la que llamaba Rosita, le compuso varias canciones, entre las que sobresalen ‘La carta’, ‘Mi negra querida’, ‘No sufras morenita’, ‘Noticias negras’, y ‘Los caprichos de Rosa’, entre otras: Me mandó a decir Rosita, que ella siempre está de duelo (Bis)/ pero le mandé una carta escrita, que le sirve de consuelo (Bis)/ Deja esa tristeza Rosita, no llores/ eso es pa’ que sepas, que ya tengo amores/ Deja esa tristeza, no sigas llorando, eso es pa’ que sepas que estoy parrandeando…
A las grabaciones
La destreza y fecundidad musical de Luis Enrique emergió de la clandestinidad en 1949, con el surgimiento de sus dos primeras canciones: ‘La lotería’, en aire de son, y el merengue ‘El secreto de los choferes’, ambas de su autoría. Formaron parte de un sencillo de 78 revoluciones por minuto, prensado con la etiqueta de Discos Caribe, filial de Discos Fuentes.
Semanas después de la aparición de ese acetato —según el libro ‘El abc del vallenato’, escrito por el investigador Julio Oñate— compuso, cantó y grabó ‘La muerte de Guillermo Buitrago’, como homenaje al recién fallecido ‘Jilguero de la Sierra Nevada’. Antes de que terminarse ese año dio a conocer el que sería su primer éxito comercial: ‘Adiós a mi Maye’, un paseo de su gran amigo e inseparable acompañante Armando Zabaleta. Y por haberle dado la vuelta al mundo es pertinente recordar el hecho de que ‘La cumbia cienaguera’ (escrita por Esteban Montaño; musicalizada por Andrés Paz Barros y arreglada por Luis Enrique) figuró en el reverso de aquel éxito comercial: Muchachos bailen la cumbia/ porque la cumbia emociona/ la cumbia cienaguera/ que se baila suavesona…
Jardín de Fundación
Guiado por su espíritu aventurero, Luis Enrique Martínez salió con su acordeón a recorrer los pueblos del norte de Colombia. En ese transitar llegó a la calurosa Fundación, atraído por sus hermosas mujeres, por su paisaje y por su gran movimiento comercial. Allí hizo una larga escala.
Fruto de su estada en ‘La esquina del progreso’ nació ‘Jardín de Fundación’, una de sus más bellas creaciones que, de acuerdo con los expertos, en sus 19 segundos iniciales, posee la mejor introducción de un acordeón entre todos los cantos vallenatos. Luego entra la voz de su cantautor: Fundación es un jardín, es el mejor pueblo del Magdalena/ esa tierra está bendita y ha sido buena pa´ la mujer/ se ven como mariposas en la primavera/ embelleciendo sus calles al atardecer…
La suya no era una ‘supervoz’ como las que conocemos ahora, pero tenía la virtud de ser clara; se le entendía lo que cantaba, estaba llena de sabrosura e invitaba a bailar.
Con el paso del tiempo su digitación representaría una novedad absoluta, puesto que le hacía introducción a las canciones, a diferencia de Abel Antonio Villa, Pacho Rada, Emiliano Zuleta Baquero, Lorenzo Morales, Alejandro Barros, Luis Felipe Durán, José Miguel Cuesta y Alejandro Durán, los acordeoneros más relevantes contemporáneos con él, que entraban directamente con la melodía.
‘El Pollo Vallenato’, apelativo artístico por el que sería conocido en todas las latitudes, y que serviría de inspiración de uno de los cantos del compositor Camilo Namén Rapalino, le fue endilgado a mediados de los 50 en los Montes de María.
“Eso aconteció en El Guamo (Bolívar) —me dijo Luis Enrique, en la misma entrevista de 1987, en Valledupar—. Yo ‘salí a correr vía’ por esas tierras: San Juan Nepo, San Jacinto, El Carmen. Una vez, durante una parranda en la que alterné con Pacho Rada y Abel Antonio Villa, en El Guamo, alguien, dentro los numerosos curiosos, expresó cuando me disponía a iniciar mi tanda: ‘¡Ahí viene ‘El Pollo Vallenato’, nojoda!’. No sé quién lanzó la expresión, pero así me quedé”: Oigan muchachos, yo soy Enrique Martínez, que nunca tiene miedo si se trata de tocar (Bis)/ y Luis Enrique Martínez, ‘El Pollo Vallenato’, es candela lo que van a tomar…
Luis Enrique Martínez fue un acordeonero de muchos méritos. Como lo dijo ‘La Cacica’, fue un artista completo, que cantaba, tocaba el acordeón con destreza y componía. El investigador cultural Abel Medina Sierra lo define como un hombre tímido que rehuía a las entrevistas.
“Mientras otros como Alejo Durán o ‘Colacho’ Mendoza animaban reuniones de López Michelsen, Consuelo Araújo y la élite vallenata y andina, Luis Enrique prefería una parranda con pequeños hacendados de pueblos anfibios –sostiene Medina Sierra-. Por eso no fue tan visible ante el público y el comercio. Pero, entre los músicos hay un consenso absoluto: ha sido el más grande acordeonero; él revolucionó el lenguaje del acordeón, constituyó algo así como el gran arquitecto de lo que hoy llamamos vallenato clásico y del canon festivalero que se volvió hegemónico”.
De sus creaciones vale la pena mencionar, ‘El secreto de los choferes’, ‘El gallo jabao’, ‘El mago de El Copey’, ‘El mago de la Chinita’, ‘Los morrocoyos’, ‘La ciencia oculta’, ‘El hombre divertido’, ‘Amor irresistible’, ‘Qué dolor’, ‘La dejó el tren’ y ‘La tijera’, en las que hace gala de sus dotes prodigiosas como cronista.
Otra de sus virtudes consistió en su encomiable labor de darles realce a compositores de nuestro folclor a partir de la difusión de sus obras. Con su voz y su acordeón contribuyó a la popularidad de Tobías Enrique Pumarejo, de quien presentó la primera versión del paseo ‘Callate corazón’, y de los merengues ‘Mírame’, ‘Luis Mariano’ y ‘Cállate corazoncito’. También dio a conocer a Esteban Montaño, al interpretarle ‘Hoy es mi día’, ‘Patria nueva’ y ‘Corazón’.
Al sucreño Adriano Salas le sacó a la luz ‘Caño lindo’, ‘Panorama’, ‘El pobre rico’, ‘Tragedias del destino’, ‘Avión de nieve’, ‘Polo norte’, ‘Falsas promesas’ y ‘Sueño español’, entre otros.
El nombre de Camilo Namén Rapalino salió a la palestra gracias a la grabación de Luis Enrique de los números ‘El Pollo Vallenato’, ‘El reparto’, ‘La piyama e´ palo y ‘Ojos montañeros’.
Luis Enrique dejó registradas su voz y su acordeón en varios sellos discográficos entre los que sobresalen Discos Caribe, Fuentes, Curro, Atlantic, Popular, Carrizal, Century, Eva, Girardot, Gran Colombia, Lyra, Odeón, Silver, Tropical, La casa de los discos, Codiscos, Curro y CBS.
Según datos del Sistema de Información Musical del investigador Ángel Massiris Cabeza (Siman), ‘El Pollo Vallenato’ tiene grabadas 231 canciones.
Sus participaciones en el Festival Vallenato
El primer Festival de la Leyenda Vallenata, efectuado en 1968, tuvo seis participantes de lujo: Alejandro Durán, Ovidio Granados, Toño Salas, Abel Antonio Villa, Emiliano Zuleta Baquero y Luis Enrique Martínez.
Ninguno de los entendidos en la materia, que se dieron cita en Valledupar, capital del recién creado departamento del Cesar, en el Litoral norte colombiano, tuvo duda de quién era el mejor de todos. Y daban sus vaticinios sin el mínimo temor de herir susceptibilidades: el ganador debe ser Luis Enrique Martínez. Se equivocaron. Sí existía alguien que podía derrotarlo: él mismo. Se presentó borracho y tambaleante a la cita final y perdió. La corona del certamen quedó en manos de Alejandro Durán.
Estimulado por el pueblo, que exigía su presencia en la tarima, regresó tres años después no solo para competir, sino para ganar. De nuevo tragó la pócima amarga de la derrota.
La noche del 30 de abril de 1971, gracias al veredicto del jurado calificador integrado por José Barros, Antonio María Peñaloza, Alejandro Durán, ‘Colacho’ Mendoza y Alberto Méndez, el barranquillero Alberto Pacheco salió con el brazo en alto en medio de la protesta bulliciosa de aficionados y expertos, que incluyó pedradas y botellazos. Luis Enrique quedó en segundo lugar. El tercer puesto lo ocupó Emiliano Zuleta Díaz.
Antonio María Peñaloza sintió la presión del público en carne propia. Fue objeto de insultos de toda índole, y debió recurrir a un arma de fuego para intimidar a los que intentaron agredirle.
Para tratar de calmar los ánimos, Alejandro Durán declaró: “Luis Enrique es mi compadre y amigo; es un extraordinario digitador, pero en esta final, Alberto Pacheco ha sido el mejor”.
Las palabras del negro grande no apaciguaron la tormenta que precipitó el fallo. Las protestas se diseminaron más allá de los territorios del Cesar, y no fueron pocos los que aseguraron, a rabiar, que al ‘Pollo Vallenato’ le habían robado la victoria.
El compositor fonsequero ‘Geño’ Mendoza escribió una letra que más bien constituyó una protesta: ‘Festival Vallenato’. Uno de los estribillos de ese paseo eternizado por el venezolano Nelson Henríquez, dice así:
Luis Enrique Martínez
‘El Pollo’ Vallenato que siempre lo ha sido
volverá a ese ruedo
la tierra e´ Pedro Castro
orgullo vallenato
injusto ha lastimado
al pueblo fonsequero
y no tendrá palabras pa´ exigirle
su nuevo rey es un barranquillero
y no tendrá palabras pa´ exigirle
su nuevo rey es un barranquillero
En ese año 1971 un presidente de la República asistió por primera vez al Festival Vallenato: Misael Pastrana Borrero. Acudió en compañía de su esposa María Cristina Arango.
¡Rey, por fin!
Su tercer intento no fue en vano. “Vengo lúcido y sin ninguna gota de licor en el organismo —le dijo al desaparecido periodista Carlos Castillo Monterroza—. Esta vez me llevo la corona porque me la llevo”.
Cumplió. Llegó a la competencia de acordeones, cajas y guacharacas de 1973, la número seis, organizada por Alonso Fernández Oñate, y les ganó a todos. Puso a reflexionar al jurado calificador, integrado por los Reyes Vallenatos de las ediciones anteriores: Alejandro Durán Díaz, Nicolás Elías ‘Colacho’ Mendoza, Calixto Ochoa, Alberto Pacheco y Miguel López. Nunca antes ni después en la historia del Festival, cinco reyes tuvieron a su cargo la misión de evaluar a los concursantes en la finalísima. El público asistente vibró con las limpias ejecuciones de los cuatro aires del vallenato. Interpretó el paseo ‘El cantor de Fonseca’, de Carlos Huertas; en el son, el merengue y la puya cantó tres temas suyos: ‘El jardinero’, ‘Alcirita’ y ‘Francisco El Hombre’, en ese orden respectivo. Lo acompañaron Juan Calderón, en la caja, y Víctor Amarís, en la guacharaca.
Sus adversarios de mayor cuidado atemorizaban con sus notas: Ramón Vargas, César Castro, Andrés Landero y Julio De la Ossa.
Me contó Consuelo Araújo Noguera, a quien entrevisté en 1997, en su oficina en Radio Guatapurí, que en el Festival de 1973 ocurrió algo insólito: por primera vez, la decisión de los jurados no se dio a conocer ahí mismo, en la tarima.
“En la final, justo después de que el último concursante terminara su participación, ¡zaz!, hubo un apagón total en el Valle que se prolongó por varias horas. La gente, luego de una larga espera, se retiró a sus casas. Al día siguiente, en la Oficina del Turismo, entidad que tenía a su cargo la organización del Festival, se informó de manera seca que el nuevo Rey Vallenato era Luis Enrique Martínez. Julio De la Ossa y Andrés Landero ocuparon el segundo y tercer puestos, en ese orden. La Canción Inédita la ganó ‘No vuelvo a Patillal’, paseo de Armando Zabaleta, inspirado en el compositor patillalero Freddy Molina.
Y así fue la historia de Luis Enrique Martínez. De acuerdo con muchos entendidos, partió en dos la historia del vallenato. Él es y seguirá siendo el manantial de vida musical al cual han de ir a beber siempre maestros y aprendices para perfeccionar su arte.
El rezongar de su acordeón era fuente de alegría, negación absoluta de la oscuridad y la tristeza…
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